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Año 7 #76 Febrero 2021

Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola

Musante nos ofrece ejemplos de frases adjudicadas a unos y que son de otros. Pero no se detiene en el aspecto misceláneo o decorativo (aunque nos guiña un ojo con el subtítulo Instructivo para parecer culto), también nos advierte que esas frases no se las suele adjudicar a cualquiera, sino a quienes podrían haberlas pergeñado. Y establece aquí una diferencia sustancial entre esas incorrectas autorías y la moderna epidemia de confundir lo verdadero con la mentira verosímil.

 

Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola.
Instructivo para parecer culto

Incluido en Palabras para La Poderosa 2, Buenos Aires, Al Fondo a la Derecha, 2020 (editado solamente en digital).

Una enorme cantidad de frases han venido viajando desde remotos tiempos para anclar en la memoria de muchos por la fuerza de sus significados. Claro que, en más de un caso, se confunden los autores y hasta sus procedencias. Esto hace ingresar algunas falacias en nuestros decires las que, por ser tales, no ponen en duda la calidad de veraces de esas afirmaciones, desde que no hay mendacidad. La mendacidad es voluntaria, vale decir: uno miente a propósito. La falacia es una certeza que construimos partiendo de un dato falso al que damos por bueno.

A veces los errores se justifican en lecturas no revisadas, por ejemplo: “El lobo es lobo del hombre” no es una frase original de Hobbes. Es cierto que Thomas Hobbes la utilizó para su magnífica obra Leviatán, pero “Homo homini lupus” es parte del texto de la obra “Asinaria”, cuyo autor fue el comediógrafo latino Plauto (254-184 a.C.). Hobbes nunca quiso adueñarse de la autoría de la frase, simplemente, la citó; como también lo hizo con otra expresión, también en latín: “Bellumomnium contra omnes” (“Guerra de todos contra todos”). Las apresuradas lecturas y sus repeticiones han hecho que muchos consideraran que él las había acuñado.

La frase “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” (“Soy un hombre, nada humano me es ajeno”) fue escrita por Publio Terencio Africano (194-159 a.C.) en un pasaje de su comedia Heautontimorumenos (El enemigo de sí mismo). Miguel de Unamuno comienza el primer ensayo de su obra Del sentimiento trágico de la vida mencionado esta locución latina. A partir de eso, fue muy común que circulara que el autor de la frase era Unamuno.

Mark Twain es el autor de la frase: “Usted puede permanecer callado y parecer estúpido, o abrir la boca y disipar las dudas”. La frase fue adjudicada a varios personajes ilustres: Oscar Wilde, George Bernard Shaw y Groucho Marx, entre otros, y si bien esas aseveraciones son todas falsas, dadas las personalidades de todos aquellos a quienes se consideró autores bien podrían haberlo sido. El humor ácido y la ironía al borde del sarcasmo eran proverbiales en todos ellos.

Lo mismo podemos decir de los dos textos anteriores. Hobbes sostiene que el poder del hombre reside en su capacidad de actuar, y la adquisición del poder se convierte en una búsqueda permanente y dominada por la pasión. Cree que la persona humana actúa según los impulsos que recibe del exterior, por lo que intentará a toda costa evitar los impulsos que le resulten desagradables y conseguir todos los agradables posibles.

El problema —para Hobbes— surgirá cuando estas fuentes de placer haya que compartirlas con otras personas o se encuentre con algunos semejantes que interfieran con sus deseos. Ahí puede volverse lobo de los otros hombres y comenzar una guerra contra todos.

La obra más destacada, dentro del género ensayo, de Miguel de Unamuno es El sentimiento trágico de la vida. Este trabajo está atravesado por el pensamiento del filósofo danés Søren Kierkegaard, aunque también abreva —dicen sus críticos— en San Ignacio de Loyola.

Para Unamuno, la muerte es algo definitivo, la vida acaba. Sin embargo, pensaba que la creencia de que nuestra identidad sobrevive a la muerte es necesaria para poder vivir. Desde luego, se necesita creer en un Dios, tener fe, lo cual no es racional; así siempre hay conflicto interior entre la necesidad de la fe y la razón que niega tal fe.

La mirada de Unamuno parece inaugurar el existencialismo en España al hacer una profunda incursión en la problemática existencial del hombre contemporáneo, con lo que se distancia radicalmente del Motor Inmóvil aristotélico, y afirma la necesidad espiritual de creer en un Dios personal.

A propósito del existencialismo, corriente filosófica que reconoce paternidad tanto en Søren Kierkegaard como en Friedrich Nietzsche, y de la frase que lo sintetiza: “La existencia precede a la esencia”, también suele haber una zona de confusión. No hay duda de que la noción que da lugar a ese pensamiento pertenece a Kierkegaard, pero la frase, así reducida a tres palabras en francés: “L’existence précède l’essence”, se acuñó en el siglo XX y fue pronunciada por primera vez por Jean Paul Sartre en 1945, durante su conferencia: “El Existencialismo es un humanismo”.

A todas luces, Miguel de Unamuno eligió la frase de Terencio: “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”, porque lo expresaba de forma cabal. De igual modo Sartre sintetizó el pensar de Kierkegaard en tres términos en francés (lengua en la que los artículos determinantes son imprescindibles y forman parte del sustantivo), y por dialéctica razón es posible creer que ellos podrían haberlas acuñado.

También hay unas cuantas construcciones que suelen ser repetidas adjudicándolas a quienes jamás las escribieron, o citando obras a las que no pertenecen. Valgan como ejemplo: “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos” y “Cosas vederes, amigo Sancho, que non crederes”; ambas son frases que no aparecen en el Quijote, por lo tanto no son nacidas de la pluma de Don Miguel de Cervantes y Saavedra.

La conocida “Play it again, Sam” no está dentro de la lista de diálogos de Casablanca. Humprey Bogart jamás dijo ese texto, así como Maquiavelo nunca dijo: “El fin justifica los medios”. Y aquello de “Primero se llevaron a los comunistas, pero…” no es de Bertolt Brecht, ni es un poema; es un sermón que el pastor luterano Martin Nimöeller pronunció en la Semana Santa de 1946, con el título: ¿Qué hubiera hecho Jesucristo?

“Todo en su medida y armoniosamente”, fue una frase que Juan Domingo Perón hizo popular al regreso de su exilio para dar idea de que ningún desborde conduce a la victoria, pero no es de su autoría como bien dijo el propio Perón. El escritor Tomás Eloy Martínez contó que el general Perón le dijo que el axioma, que solía utilizar en sus clases como docente de la Escuela Superior de Guerra, lo extrajo del libro Vidas paralelas de Plutarco (45-120), historiador y ensayista griego, que se lo atribuye a Pericles, jefe político y militar de Atenas (495-429 a.C.). Al parecer, en la antigua Grecia esta era una frase que se hacía figurar en los frontispicios de las construcciones. Pero, según algunas ponencias, la traducción correcta es “armónicamente” y no “armoniosamente”, forma esta que —dicen— le da a este concepto un sentido demasiado ligado a lo meramente musical.

Siguiendo con Perón, otra frase que solía repetir y con la que quería definir su pensamiento era: “La única verdad es la realidad”. Esta frase se atribuye a Aristóteles, aunque no aparece así redactada en la vasta obra del filósofo estagirita.

Claro que es absolutamente entendible que así lo parezca, porque la frase significa, tal vez, el fundamento de su pensamiento en oposición al de su maestro Platón, que ubicaba a la verdad en el mundo de las ideas, y entendía a la realidad como mera representación; mientras Aristóteles reivindicaba el mundo sensible, mundo que aprecia las cosas por medio de los cinco sentidos, y la consecuente observación empírica con su pensamiento. O sea: valida “la realidad”, pero deja lugar para la Metafísica, lo que se advierte en su concepción lógica, con lo que la oposición a Platón no es total.

Lo cierto es que repetimos frases, proverbios, refranes y varias otras construcciones lingüísticas, con total sinceridad intelectual, pero más de una vez partiendo de bases erradas y es probable que haya varios ejemplos más. Pero hay dos en especial en los que la ficción ha invadido el mundo real. Una de ellas es la que da título a este artículo: “Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola”. La frase es una más de aquellas cuya autoría se atribuye a distintos personajes históricos, y la cosa es falsa en todos los casos.

Algo parecido sucede con la cita que se adjudica al escritor, historiador y filósofo francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”, aunque en este ejemplo es solo a Voltaire a quien se considera el autor. Pero ambas, como las dos citadas anteriormente, son producto de construcciones ficcionales.

La escritora inglesa Evelyn Beatrice (1868-1956), conocida por ser autora de Los amigos de Voltaire, incluyó la frase en esa obra que apareció en 1906. Voltaire murió en 1778. La frase: “Cuando oigo la palabra cultura…”, además de haber sido adjudicada a varios de triste fama, y hay quienes sostienen que fue dicha por Albert Leo Schlageter (1894-1923). Ninguna es cierta, y vale la pena revisar un poco el origen de esa preocupante expresión.

Albert Leo Schlageter fue miembro de los freikorps alemanes (fuerza voluntaria paramilitar) profundamente anticomunista que se fusionó, en 1922, con el partido nazi. Ante la ocupación por parte de Francia de la cuenca del Ruhr, en represalia por el no pago de indemnizaciones de guerra, Schlageter formó una patrulla con la que se dedicó a cometer actos de sabotaje con los que logró descarrilar varios trenes con suministros.

Probablemente producto de una traición, en abril de 1923 Schlageter fue detenido, juzgado y condenado a muerte por los franceses. En mayo del mismo año fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Tenía veintiocho años. Se acusó a Walter Kadow, un miembro de su grupo de haberlo delatado. Kadow fue asesinado poco después por Rudolf Höß con la ayuda de Martin Bormann. Y Schlageter pasó a ser considerado un mártir de la causa nazi. Por el asesinato de Kadow, Höß fue condenado a diez años de prisión de los que solo cumplió cuatro y Bormann a uno. Se construyó un monumento recordatorio en su honor y cada aniversario de su ejecución se lo homenajeaba con distintos actos.

El 20 de agosto de 1933 con motivo del cumpleaños de Hitler y con presencia de este, fue estrenada con gran pompa una obra teatral titulada Schlageter, de Hanns Johst, el dramaturgo “oficial” del nazismo. Esta obra contiene la célebre frase “Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning”, “en cuanto oigo hablar de cultura le quito el seguro a mi Browning”.

El nombre Albert Leo Schlageter no ocupa un lugar preponderante en el archivo de la memoria colectiva. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los aliados destruyeron el monumento recordatorio que se le había construido, y los nombres de muchos de los jerarcas del régimen nacionalsocialista se inscribieron con sus crímenes en los primeros lugares de las páginas más oscuras de la historia desplazando a este primer “héroe” del nazismo.

La frase surgida de un texto teatral: “Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola” se atribuyó a Goering, a Goebbels y —tal vez a causa de la traducción al español—: a Millan de Astray, aquel general franquista que gritó en presencia de Unamuno: ¡Viva la muerte! Y no, no es así. La frase se la hizo decir el dramaturgo al actor que encarnaba a Schlageter.

No llaman la atención los nombres a quienes se les adjudicó la autoría de la frase. Del mismo modo que a Voltaire pueda atribuírsele cualquier expresión que ponga a la libertad de expresión por encima de cualquier otro valor, o que Brecht hubiera firmado las palabras de Nimöeller (y no solo por coincidencia ideológica, sino también por estilo literario), de igual manera Hobbes y Unamuno podrían haber firmado aquellas frases de las que se los consideró autores.

No está tan lejos del texto original de Casablanca —la mítica pieza cinematográfica que dirigiera Michael Curtiz en 1942— aquello de “Play it again”. En verdad ese es el título de una película de Woody Allen de 1972 (aquí se conoció como Sueños de un seductor) en la que Allen rinde homenaje a “Bogie”. En el original de Curtiz, el personaje de Rick (Bogart) ha escuchado, sin dejarse ver, que su antigua amante, Ilsa (Ingrid Bergman), pidió a Sam (Dooley Wilson) que toque y cante As time goes bye (Según pasan los años), la canción que los había unido, enamorados, tiempo atrás. Después, al quedarse a solas con Sam, Rick le pide que así como lo tocó para ella lo haga para él. Sam intenta disuadirlo, y entonces Rick arroja la frase que quedó en los anales del cine: “If she can stand it, I can! Play it!” (“Si ella puede soportarla, ¡yo también puedo! ¡Tócala!”).

Sabemos que algunas crueldades humorísticas de Bernard Shaw, Groucho Marx y Oscar Wilde no tienen nada que envidiarle a la mordacidad Mark Twain; pero convengamos que nadie en pleno uso de sus facultades mentales hubiera intentado instalar que el autor de la frase: “Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola” fuera Mahatma Gandhi, Juan XXIII o Martin Luther King.

Estoy convencido de que somos una gran mayoría los que creemos que esos dichos les hubieran sentado como traje de medida a los discursos de Goering, Goebbles, Millan de Astray y a unos cuantos más de la misma catadura moral. Desafortunadamente, a varias décadas de aquellos tiempos, cada día hay más nombres para engrosar la lista y algunos, y algunas, están bien cerquita.

 

  • Fernando Musante
    Musante, Fernando

    Fernando Musante (23 de noviembre de 1947, La Paternal, Ciudad Autónoma de Buenos Aires).

    Obra:

    Narrativa:

    • Breve manual de instrucciones para asaltar un banco (novela, Grupo Editorial Sur, 2018)

    Teatro:

    • Si yo fuera Búfalo Bill (1982)
    • El gran yeite(1984)
    • Gertrudis(2019)

    Cine: (Como autor y director):

    • Muñeco al suelo (1990) Capítulo de la obra: “Buenos Aires, 3 de julio” (versión libre del cuento de J. Cortázar “Torito”) Con N. Brisky, H. Arana, A. Barbero, M. González, y elenco.)
    • A tres bandas: Ezequiel Navarra(Documental)
    • Maten a Perón(se estrenó en el cine Tita Merello y se exhibió por La Televisión Pública, en ocasión de cumplirse cincuenta años del bombardeo a Plaza de Mayo. Este documental representó a la Argentina en el Festival de Petare (Venezuela) y en la muestra de cine argentino de México DF (2007).

    Fernando Musante se ha desempeñado en el universo publicitario y en el mundo sindical.