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Año 9 #103 Mayo 2023

Una mujer que llora

¿Cómo te atrevés a venir llorando a una cita conmigo?, pienso y arremeto contra su cuerpo de forma tan violenta que por un momento creo que busco lastimarla. Mi cuerpo choca una y otra vez contra su hermoso culo haciendo ruido a aplausos de manos mojadas. Ella no se queja. No llora. Ya no llora.

Apenas nos sacamos la ropa, se puso en cuatro patas y me dijo “así”. Quería evitar que le viera los ojos en compota y le hiciera preguntas molestas. ¿Llorar por qué? Si venís a encontrarte conmigo, a hundirte en este mar de placer que son nuestras citas, tendrías que venir con una sonrisa en los labios. No llorando. Lloran las infelices, los que perdieron amigos y familiares. Vos venís a meterte en la cama conmigo, a gozar, a morir de placer.

Como siempre, ambos llegamos al hotel en diferentes taxis por cuestiones logísticas a las que se ven sometidos los amantes ilegales. Hoy todo parecía normal, incluso el monólogo de mi taxista se asemejaba al de las otras semanas. Pero otro taxi se detuvo junto a nosotros en un semáforo. Al principio no entendía nada. En ese otro taxi estabas vos. Y llorabas. Vos no me viste. Nunca viste que yo te vi llorando.

¿Te gusta llorar? Porque te puedo hacer llorar de dolor, pienso mientras acelero mis movimientos al punto de agotarme de tanto sacudir su cuerpo bañado de sudor. Pero ella no llora. Quizá ya está seca. Lloró antes para no llorar durante.

¿Llorás después de lo que hice por vos, desagradecida? Te enseñé a gozar de cosas que ni sabías que existían, y llorás. Te hice descubrir secretos de tu cuerpo tapados por la vergüenza, las enseñanzas de mamá, las horas de terapia y una malla de moralina que tuve que esmerarme para romper, y llorás.

Y no olvides cómo me humillé vigilando a tu marido. Bueno, eso nunca te lo conté. Si no me reconocés ese sacrificio, te perdono. Y aunque me muero de ganas, prefiero no contártelo. Saber que tu marido se coge a una pendeja que está buenísima te haría llorar otra vez, y no quiero. Si puedo evitarlo, lo evito. Si no puedo evitar que llores en el taxi que te trae a mis brazos es porque no sé por qué carajo llorás.

La culpa de toda esta historia con tu marido la tenés vos. Porque una vez que me dijiste su nombre me vi obligado a cumplir con mis obligaciones de amante. No sé dónde leí eso, pero me gustó y lo uso. Los amantes también tenemos obligaciones. Entonces, cuando me crucé de casualidad con el doctorcito y la amante, no pude parar hasta averiguar el resto. Ya lo había buscado en Instagram y su cara de buen tipo pero escondedor se me había grabado en la cabeza. Por eso cuando los vi entrando al departamento de ella lo reconocí de inmediato.

Te decía que no pude parar. Yo soy así. Y eso es parte de lo que te gusta de mí, creo. Me pedí un turno con él. La excusa eran unos lunares que resultaron inofensivos. Todos menos uno. Y como tu marido me dijo que quería tratármelo, pedí otro turno aunque no pensaba asistir. Demasiado riesgo. Fue allí, cuando esperaba que la secretaria me dé el nuevo turno, que vi salir de otro consultorio a la pendeja que se coge. Una colega, claro, otorrinolaringóloga. Se llama Miriam pero todos le dicen Miri. Con la bata blanca y sin nada abajo, porque ese día hacía calor, además de los taquitos que le levantaban convenientemente el culo, estaba aún más buena de lo que me había parecido cuando me la crucé en la calle con el amante, tu marido. La verdad, tu marido sí que sabe elegir mujeres. Vos, ella. Mis respetos a ese hombre, que además sabe de lunares.

Podría contarte lo lindo que era verla caminar de espaldas, las nalgas duras marcadas en la bata, pero no puedo hablar porque justo me abriste las piernas para que te la chupe. Me sumerjo. Ahí me dejás hacer. No hablás, no pedís, no rogás. No llorás. Me dejás hacer porque sabés que conozco bien tus manías. Y sé, también, que cuando separás más las nalgas es porque llegó el momento de que te meta el dedo en el culo. No todo el dedo. Apenas una falange. Si nos habremos reído cuando te dije “se empieza con una falange”. Vos no gozabas de esa parte de tu maravillosa anatomía. Lo habías intentado y te había dolido. Nadie te había dicho que el secreto, como si se tratara del ataque de una legión romana, estaba en el equilibrado uso de una falange.

Hablando de Miri. La seguí varias veces sin suerte. Al fin descubrí que dos noches por semana iba a un bar con una amiga, siempre la misma. Y siempre el mismo bar. Allí se sentaban en un codo de la barra, siempre. Eso me bastó para organizarme. Podía fallar, pero todo salió más o menos bien. Fui al bar en horarios diferentes, di buenas propinas y me hice amigo de Miguel, el barman que las atendía. La siguiente noche, ellas me encontraron sentado en su rincón pero con sus dos banquetas reservadas gracias al barman, al que le dije, propina mediante, que debían quedar disponibles para “mis amigas”. No vale la pena que te diga que además de todo eso tuve que esperar a que mi mujer viajara a ver a sus padres.

Cuando Miri y la amiga llegaron yo tenía una botella de champagne abierta porque era mi cumpleaños. No en la vida, en mi montaje, creado con la colaboración inocente de Miguel. Dos pases de magia después, las chicas brindaban por mí. No podían negarse. Enseguida pasamos a hablar de París y Punta. Parecíamos amigos de toda la vida.

Mi plan era levantarme a la amiga, que era más bien fea pero parecía bastante dispuesta. Seguro que ella me contaría cosas de Miri, eso nunca falla. Qué increíble es la mente humana. Pienso en la amiga fea y la pija se me pone más dura que nunca. Vos me lo hacés saber con gemidos de placer. Me divierto imaginándome que me cojo como un poseído a la amiga fea de Miri. La pongo boca abajo y antes de penetrarla le doy un chirlo sonoro en el culo. Ella levanta más las nalgas. Le entro con un pijazo tras otro mientras le sigo pegando. Ella goza como una perra. Nunca se queja. Pide más y más.

Ah… no, la que pide más y más sos vos. Yo sigo con los golpes aunque me esfuerzo para no dejarte marcas. Es peligroso. Ya lo hablamos. Aflojo un poco pero vos me mirás como reclamando algo. Más violencia, más locura. Entonces la empujo sin delicadeza. Ella levanta el culo sin que yo se lo pida, igualito a como hacía la amiga fea de Miri. La cubro con mi cuerpo y la penetro una y otra vez mientras jadeo en su oreja y le prometo asquerosidades casi imposibles de cumplir. Acabamos juntos.

A pesar de la pausa y de que tenemos tiempo para hablar, no pienso contarte los detalles de cómo me levanté a la otorrino. No me lo creí del todo hasta que ella me pidió que la llevara a su casa porque estaba un poco borracha. Apenas entramos al auto comenzamos a besarnos. La verdad, me dolió engañarte. Pero las cosas salieron así. Por si yo tenía dudas, con el primer beso Miri me puso la mano en la pija. Yo le gustaba de verdad, aunque todo lo hacía porque estaba enojada con tu marido. No me lo dijo así, tan evidente, pero luego del primer polvo susurró que se había metido “en un buen lío”.

Yo lo entiendo a tu marido. Miri está muy buena y coge de maravillas. Es de las que te poseen con rabia. Se te montan encima y ahí se quedan como si estuvieran en el cine viendo una película. Me cogía con bronca hacia tu marido. Es gracioso. Quizá vos hiciste lo mismo alguna vez pero recién ahora, gracias a Miri, lo veo con claridad.

Miri tiene un culo precioso pero no tanto como el tuyo. El de ella es culo de gimnasio, el tuyo es natural. Eso sí, tiene el agujero bien negro. Nunca había visto algo igual. Era muy excitante, aunque casi no me dejó tocárselo. Sus tetas no son gran cosa, pero tiene pezones grandes, como si alguna vez hubiera dado de mamar. No le pregunté si tenía hijos porque hubiera roto el equilibrio logrado con esfuerzo, además de champagne caro, mentiras y bronca. Quizá tiene los pezones grandes porque a tu marido le gusta prenderse. Yo lo hice, y Miri lo disfrutó.

Por si te interesa saberlo, aunque no es el momento de contarte nada porque cuando me la estás chupando se me mezclan las ideas y el mundo me da vueltas como en una montaña rusa, no quiso que se la metiera por el culo. “Con vos no puedo”, se le escapó decir en otro susurro. Debe ser territorio exclusivo de tu marido. Un pacto de amantes. Un poco de romanticismo entre la guerra de los cuerpos nunca viene mal. Da la sensación de que estás unido por algo más que las ganas de coger. Ella le es fiel con el culo aunque no con la argolla. No es poca cosa en época de deslealtades.

Miri dijo algunas otras palabras sueltas que me sirvieron para ratificar que está esperando a que tu marido te deje, y como eso no sucede se cogía al primero que la hizo reír un poco. Ahora, decime si no es gracioso que vos no le des el culo a tu marido y a mí sí, y que ella se lo dé a él pero me lo haya negado a mí. Es una ley de compensaciones de lo más bizarra, pero se cumple.

Igual, vos no te enterás de nada. A veces parece que lo único que te importa es el placer que vivís una vez por semana en mis brazos. Ahora me das la espalda. Me estás invitando, claro. Pero como yo sigo enojado porque llegaste llorando, cambio la rutina. No hago la habitual metida de la punta primero, luego la mitad y al fin el tronco completo. Hoy apunto al agujero de tu culo blanco bien abierto, me la mojo con saliva y te la meto entera, de una vez, hasta el fondo. ¿Vas a llorar de dolor o no? Pero no. Ella recibe el castigo casi con deleite. Creo que te oigo decir “qué placer”.

Antes de despedirme de la otorrino cogimos de nuevo. Fue algo mecánico. Ella abajo, yo arriba, sin besos, ritmo acelerado para poder acabar por segunda vez yo y por tercera ella. A ese polvo lo motivé yo porque sabía que no la volvería a ver. Ella no se negó. Es más, colaboró. Era el recreo al “buen lío” en que se había metido, y lo estaba aprovechando. En algún momento me dijo que yo le gustaba y que lamentaba que su cabeza estuviera en otro lado. Está enamorada, se le notaba.

Un rato más tarde la dejé en la puerta de su casa. No se dio cuenta de que nunca le había preguntado dónde vivía. Fue un error que podía haberme metido en problemas, pero no pasó nada. Me dio un beso en la comisura de los labios y se fue sacudiendo su precioso culo. Si lloró, lo hizo cuando nadie la veía.

El resto no lo sabrás nunca. Ni siquiera en la calma del café que compartimos cuando encontramos algún bar más o menos seguro. Y menos te lo va a contar tu marido, según creo, según mis planes. Eso digo yo, porque en la interioridad de las parejas nunca se sabe. Pero dudo que tu marido te cuente que un día recibió una carta anónima con una foto donde se los veía a él y a la otorrino entrando a la casa de ella. La nota decía: “Esto queda como está si todo queda como está”. La frase es un tanto enigmática pero me pareció poco ético ponerle: “no te voy a delatar pero no andés preguntando demasiado en qué anda tu esposa”. Que él entienda lo que quiera.

Me costó más sacar la foto que levantarme a la otorrino. Tuve que apostarme frente a su casa a la misma hora en que los había visto entrar la vez anterior. Ese día llegaron un poco más tarde. Había poca luz pero fue suficiente. Con la cámara de fotos de mi hijo menor saqué dos buenas fotos. En una él tiene apoyada la mano en la espalda de ella y se ve el número de la casa. Esa es la que le mandé con la nota.

No te cuento esto porque seguro que me salís con que es una extorsión. Y de paso me vas a pedir definiciones sobre nuestra relación que no te puedo dar. Demasiado retorcido, es verdad. Pero tu marido sabe que si yo te doy esas fotos vos podés dejarlo en la calle y sacarle la tenencia de los chicos. Se lo merece, por forro. Se va a hacer el boludo, no te preocupes. Y quizá con el tiempo hasta aprenda a disfrutar de las cosas que practicaste hasta la perfección conmigo.

Todo este lío en mi cabeza me retrasó el segundo orgasmo. Si sigo así te voy a lastimar, aunque vos no parecés preocupada. Me concentro y llega. Como uno siempre piensa ante un buen orgasmo, creo que es el mejor de mi vida. Mis gritos de placer se deben oír desde la calle. Vos, como siempre, dejás escapar ese rezo gutural muy tuyo que tanto me gusta. Naciste para esto, y yo te lo estoy dando. El resto son interpretaciones.

Quedamos más agotados que nunca. Mejor. Así evitamos embarcarnos en discusiones peregrinas. Esa es una de las mejores cosas de nuestra relación. El buen sexo evita las palabras peligrosas. Por un rato miramos el techo. Nuestras manos se rozan. Algún pie también. Los dos brillamos de fluidos y transpiración. Olemos a animales.

Ella se levanta primero. Cierra la puerta del baño para orinar. Cuando oigo la ducha, entro y me sumo. El agua rebota en su cabeza y en sus hombros y cae sobre mí. Le enjabono la espalda y bajo la mano hasta que me dice que basta, que no hay tiempo. Disfruto de lavarle los rincones. Ella me deja hacer. La recibo limpia, la ensucio, la lavo y la devuelvo limpia.

Sale del hotel primero. No creo que llore ahora. No creo que tenga lágrimas. Debe estar deshidratada. Seguro que camina encorvada y en la esquina se sube a un taxi que la llevará a su trabajo. No quedamos en nada, pero mañana o pasado uno de los dos mandará un mensaje coordinando el próximo encuentro y la vida seguirá adelante.

Mientras espero que ella se aleje lo suficiente, bebo agua de la canilla del baño. Uso las manos como cuencos y bebo el equivalente a tres vasos. Salgo del hotel y me subo a un taxi que pasa por ahí. Le digo la dirección de mi casa y abro la ventanilla para que el aire me dé en la cara. Si el taxista habla no lo sé. El ruido del viento lo borra todo. Estoy agotado. Satisfecho también. Feliz, se podría decir, aunque lamento haber bebido tanta agua porque en el siguiente semáforo, justo cuando el taxista se detiene para dar paso a una marea de coches que van y vienen hacia algún destino incierto, me largo a llorar. Espero que nadie me esté viendo.

 

  • Javier Chiabrando
    Chiabrando, Javier

    Javier Chiabrando (Carlos Pellegrini, provincia de Santa Fe) es un escritor y músico argentino. Su obra literaria ha sido editada en México, España, Cuba, Venezuela, Ecuador y Argentina.

    Es autor de las novelas:
    Carla está convencida de que Dios leyó Ana Karénina (Editorial Libros del Sur, Serie Nómada, Argentina)
    Caza Mayor, colección Tinta Roja (Editorial Eduvim)
    Todavía no cumplí cincuenta y ya estoy muerto (2002, Editorial Océano, México – Editorial Barataria, España, 2006)
    La novela verdadera (2013, editorial Barataria, España – Vestales, Buenos Aires 2016). 

    Es autor del libro Querer Escribir, Poder Escribir(Editorial Oriente, Cuba, 2006 – Editorial Corpus, Argentina, 2007 – Editorial Senzala, Venezuela – Editorial El Conejo, Ecuador, 2011).

    En la actualidad está grabando dos discos de composiciones propias. Es el director del Festival Azabache de Mar del Plata. Escribe para Pag12/Rosario, Télam y Radar

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