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Año 11 #125 Marzo 2025

Escuela de mucamas

Escuela de mucamas

 

Capítulo incluido en Te serviré, Grupo Editorial Planeta, 2024.

 

—¡Ojalá adquieras —las quieres alcanzar—
las virtudes del borrico!:
humilde, duro para el trabajo y perseverante,
¡tozudo!, fiel, segurísimo en su paso, fuerte
y —si tiene buen amo— agradecido y obediente.
Otra vez a luchar, Forja,

Josemaría Escrivá de Balaguer

 

El titular del diario La Nación del 17 de mayo de 2021 fue un golpe inesperado para el Opus Dei en la Argentina. Decía así: ¿Servidoras de Dios? El calvario de 43 mujeres que enfrentan al Opus Dei. [El artículo fue escrito por la autora de este libro, Paula Bistagnino, y el editor de la sección A fondo del diario La Nación, Nicolás Casesse.] En un artículo extenso, el diario más cercano a la organización —no solo contó en su staff con periodistas numerarios y supernumerarios en distintos momentos, sino que también compartió alineamiento ideológico en algunos temas sociales y políticos— reproducía los testimonios de siete mujeres que durante años, y hasta décadas, habían sido numerarias auxiliares de la Obra. Después de haber dejado la organización, se habían reunido para compartir su experiencia y tras un tiempo de procesar lo que les había ocurrido, habían decidido salir a hablar para denunciar un sistema de manipulación espiritual ejercida sobre adolescentes pobres: el objetivo, decían, era someterlas y reducirlas a servidumbre para beneficio de numerarios y sacerdotes. Cuatro meses después de la publicación, con el asesoramiento de un abogado, hicieron una presentación ante el Tribunal para la Doctrina de la Fe del Vaticano por «abusos de poder y de conciencia con ulterior sometimiento de las víctimas a situaciones de explotación personal».

En casi 30 páginas, el escrito relata con detalle cómo el Opus Dei reclutó a mujeres de «familias de contexto socio-cultural y económico humilde» cuando eran adolescentes de entre 12 y 16 años. Dice que hubo un «plan proselitista» y que «lo hicieron con el conocimiento y consentimiento de las personas que ostentaban las facultades de organización y control de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei en el territorio respectivo». Dice, además, que lo hicieron «de manera organizada y duradera en el tiempo, con distribución de cometidos o funciones, y con una secuencia repetida muy semejante entre todas las víctimas».

«Esta denuncia que se gestó en la Argentina fue la primera presentación colectiva contra el Opus Dei en el mundo y expuso la metodología usada durante décadas para someter a mujeres pobres como sirvientas», dice el abogado Sebastián Sal, que patrocina a las denunciantes.

En la misma publicación del diario La Nación en la que se dieron a conocer los testimonios, la máxima autoridad de la rama femenina del Opus Dei en Argentina, la abogada Catalina María Donnelly, reconoció que esas mujeres habían sido parte de «la Obra». Sin embargo, negó la relación laboral: «Las numerarias auxiliares no son empleadas del Opus Dei. Son el Opus Dei, es su propia familia», aseveró entonces como respuesta a las denuncias. 

A los 15 años, Claudia Encina dejó Quitilipi, el pueblo de la provincia de Chaco en el que nació, para ir a trabajar a Rosario como empleada doméstica. La casa era la de una mujer viuda y madre de seis hijos, María Rosa Franch de Scarafía, que vivía en un punto céntrico de la ciudad. La flamante empleada tenía la misma edad que los hijos mayores de la «señora».

«La señora María Rosa era supernumeraria, así que apenas llegué empecé a escuchar sobre el Opus Dei. Y también enseguida conocí a Elina, porque era su directora espiritual y venía todos los jueves a la casa a dar los círculos para un grupo de mujeres que invitaba la señora», dice Claudia. 

Además de trabajar todo el día en la casa, apenas llegó desde su pueblo, la patrona empezó a llevarla a clases de corte, confección, maquillaje y «otras tareas para mujeres». El lugar se llamaba Beldar y era una de las tres primeras «Escuelas de Hogar y Cultura» que el Opus Dei fundó en Argentina, entre 1967 y 1968. Otra funcionaba en Bella Vista, en La Chacra, y la tercera, Larbel, en Buenos Aires. Según documentos históricos de la organización, fueron creadas con subsidios públicos del Plan de alfabetización de adultos de la dictadura de Juan Carlos Onganía, que continuó una política de Estado del gobierno anterior, constitucional, de Arturo Illia. 

Además de las dos horas diarias de clases, todos los días un cura iba a Beldar para visitar a las chicas. «Daba una “meditación” y te confesaba. Y así te empezaban a hablar de la vocación de santa… Yo no quería saber nada, la verdad, pero, ¿sabés lo que es que te hablen del infierno a los 15 años? Te dicen que es la voluntad de Dios y vos les creés. Así entré yo», relata Encina. 

Una vez que le aceptaron la carta de admisión, debió dejar la casa de la supernumeraria Franch y mudarse a un centro del Opus Dei. Allí volvió a ver a Elina, que «era la directora de todo, como el sumo pontífice». «Lo que ella decía era la verdad, sus palabras eran las correctas. No sé cómo explicarlo: se imponía sin hacer nada especial —recuerda—. Era como que vos la mirabas, la escuchabas y pensabas: ¡Qué santa es esa mujer!». 

Escrivá de Balaguer decía que las numerarias son «como una madre de familia pobre y numerosa» y que las numerarias auxiliares, sus «hijas más pequeñas», las «hermanas menores» de numerarios y numerarias. «Tenía que ver con que nosotras solo recibíamos órdenes. Las numerarias y los numerarios tienen que obedecer, pero también dan órdenes», define Encina, que abandonó la Obra después de seis años, mucho más rápido que el promedio. Sin embargo, dice, nunca superó esa etapa: «Siento que me dañaron para toda la vida». 

A las numerarias auxiliares les decían que habían sido elegidas para las tareas necesarias en cualquier casa de familia: limpiar, lavar, cocinar, ordenar, coser, atender. No podían tener ninguna iniciativa, porque no había en sus tareas más que ejecución. Sobre sus cabezas estaba toda la pirámide. Bajo sus pies, el mármol o el parquet que debían mantener impoluto. 

También les prometían un camino de santificación en esa vocación que, bien realizada, no guardaba diferencias con la de un numerario juez de la Nación, una numeraria a cargo de la administración de un centro o una supernumeraria madre de 8 o 9 hijos. 

«La idea de que éramos una familia era una cosa que te imponían desde que entrabas», cuenta la chaqueña Norma Pedrozo, que fue numeraria auxiliar entre 1981 y 2001. «Por eso, si vos decías que querías ir a ver a tu papá, te respondían que el Padre es Escrivá». A Pedrozo la llevó a Rosario una supernumeraria de su pueblo, Las Palmas. La fue a buscar cuando tenía 13 años con la promesa de una escuela y un trabajo; a su mamá le hizo firmar un papel en la comisaría. Era 1979. 

Apenas llegó, la instalaron en la administración de la residencia universitaria de varones El Litoral. Era un sector aislado, donde vivían otras chicas auxiliares. A ella le asignaron Nabla para el trabajo cotidiano. Elina fue una de las primeras personas a las que conoció en la Obra. El trabajo «era durísimo, jornadas muy largas». «Había que hacer todo y no éramos muchas —recuerda—. Al poco tiempo que entré, un día me descompensé y me llevaron al médico, que me dijo que era el cansancio. Mi cuerpo de 15 años no soportaba la carga de cosas para hacer». 

Una vez a la semana tenía que ir a un centro del Opus Dei para recibir formación católica, de la que carecía. Tomó la primera comunión y la confirmación en un año, un lapso insólito para un proceso que suele demandar al menos el doble y un período intermedio. Así fue como a los 14 años y medio ya estaba lista: le hicieron escribir la carta para pedir la admisión como numeraria auxiliar. Nadie avisó a su familia de esa decisión. Ella tampoco, porque así se lo pidieron, pero además no tenía posibilidades de comunicarse. «Estábamos solas ahí. Imaginate: con 13 o 14 años y lejos de nuestras familias. Por eso a Elina yo la recuerdo como a una madre. Era la única que se preocupaba y nos cuidaba», concede. 

Aunque estaban dentro de la misma casa, las condiciones de vida de auxiliares y numerarias eran distintas. No compartían nada, ni siquiera el momento de la comida: a unas, las auxiliares, les tocaba servir a las otras; además, cuando les tocaba comer, más tarde, debían hacerlo en la trastienda de la cocina. Tampoco comían lo mismo: el menú de unas y otras no era de la misma calidad; ni las habitaciones, ni la ropa. Lo mismo pasaba entre las residencias de mujeres y las de varones. 

Cuidar la escala de poder era un mandato. 

Lo decía muy bien el punto número uno del apartado Obediencia, en Camino

Jerarquía. —Cada pieza en su lugar. 

—¿Qué quedaría de un cuadro de Velázquez 

si cada color se fuera por su sitio, 

cada hilo de la tela se soltase, 

cada trozo de madera del bastidor se separase de los otros?

Elina hacía lo que podía para aplicar la jerarquía sin que pareciera lo que era: un sistema en el que mujeres pobres servían a mujeres ricas y en el que entre todas hacían que los hombres, la élite del Opus Dei, vivieran «como reyes», dicen Encina y Pedrozo. La misión incluía lavarles las medias y los calzoncillos a todos, reforzarles los botones de las camisas recién compradas, desmanchar cada prenda y plancharlas hasta que quedaran como nuevas. A los numerarios había que marcarles las rayas en los pantalones; a los curas, borrárselas en las sotanas pesadas, abotonadas por delante hasta el piso. A todos había que bordarles las iniciales en cada prenda. Además, la cocina era como la de un hotel de lujo, con panadería propia para todas las comidas, varios platos en el menú, productos de alta calidad y vino.

Elina no cuestionaba el sistema, pero intentaba con algunos gestos que las auxiliares tuvieran momentos de alegría, ya que de descanso era imposible. Eran pequeños momentos, alguna sorpresa, un permiso inocuo pero extraordinario. Como aquel domingo inolvidable de sol en el que, desde Nabla, llamó a la residencia de varones para anunciarles que ese día debían arreglárselas solos, porque las auxiliares no irían a trabajar. Habitualmente, el domingo era día de descanso para todos menos para ellas. La regla no escrita decía que los varones no debían hacer nada, tampoco los domingos. 

Cuando Elina anunció por teléfono que no esperaran servicio ese día, del otro lado de la línea primero hubo silencio. Luego, alguien dijo que no podía ser, que cómo harían. Elina se lamentó con su interlocutor, pero sonrió. Enseguida salió con todas las chicas, cerca de una decena, hacia el Parque de la Independencia. Distante a apenas unas 15 cuadras, algunas de las chicas llevaban meses allí dentro y nunca lo habían visto. 

A otra numeraria aquello le podría haber costado caro, pero a Elina Gianoli nadie le dijo nada. 

Organizar la misión de profesionalizar a mujeres pobres es una metodología que el Opus Dei tuvo en todos los países en los que funciona. Es imprescindible. Alguien debe servir a la institución. 

En Argentina, la tarea comenzó con el personal doméstico de las primeras supernumerarias. «Desde finales de la década de los años cincuenta, las mujeres del Opus Dei que se desempeñaban profesionalmente en sus respectivos quehaceres dedicaron parte de su tiempo a impartir formación básica, humana y cultural, a mujeres jóvenes que trabajaban como empleadas domésticas. Las clases se programaban en las horas libres de que disponían estas chicas los jueves y domingos, que eran sus días de salida», relata la propia Prelatura en un documento del Instituto Histórico Josemaría Escrivá de Balaguer publicado en 2019. El texto repasa con algo de épica el comienzo de «la labor con las mujeres en la Argentina». Según reconstruye, las primeras reuniones se hacían en los centros y en las casas de supernumerarias y cooperadoras de la Obra. Una ponía su living para reunir a las empleadas de varias y entre todas les daban clases. A algunas había que enseñarles a escribir; a muchas otras, modales; a todas, cultura general. Antes y después de las clases, rezaban. A veces recibían la visita de un sacerdote, que las confesaba. 

El documento lo cuenta así: «Tras casi diez años de estancia en el país, las primeras mujeres del Opus Dei, que ya contaban con un buen conocimiento de la realidad argentina, individuaron [sic], como necesidad urgente, la tarea de devolver a los trabajos domésticos su propia dignidad y, para ello, la de cualificar adecuadamente a las personas dedicadas a estas tareas». 

A fines de la década del ’60, con la creación de las escuelas de Hogar y Cultura, se puso en marcha el proyecto de una institución específica «dirigida a promover la dignidad de la mujer y el valor del servicio». Era algo en línea con los preceptos de Escrivá de Balaguer, que «postulaba la realidad hermosísima —olvidada durante siglos por muchos cristianos— de que cualquier trabajo digno y noble en lo humano, puede convertirse en un quehacer divino».

A fines de 1972, cuando Elina dejó La Chacra para ir a Nabla, el Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos (ICIED) ya estaba a punto de recibir a la primera camada de adolescentes. 

En marzo de ese mismo año, la numeraria española Raquel Álvarez González presentó a un grupo de señoras el plan de construcción de la escuela para promover su financiamiento. Entre las convocadas había «madres de familia, empresarias, pedagogas, periodistas y empleadas públicas que comprendieron el alcance de la iniciativa y se sumaron al proyecto del Patronato del ICIED». 

Álvarez González era asistente social. Había llegado a Argentina unos años antes para trabajar en la Asesoría Regional en cuestiones económicas y de subvenciones. Debía dedicarse a las «obras de apostolado corporativo», como llamaban a escuelas, clubes, centros culturales, residencias universitarias y cualquier institución o proyecto que sirviera para ampliar las bases de la Obra. 

Los nombres, o mejor dicho, los apellidos, eran contraseñas que abrían puertas con apenas pronunciarlos: la primera presidenta fue Hortensia Dedyn de Miguens, quien un año después cedió su lugar por motivos de salud. La sucedió, y por muchos años, Luisa Nelson Duhau de Llorente, que emplazó la tienda de regalos El Pino en Recoleta a beneficio del Patronato como puntapié para impulsar la campaña económica. En su casa, miércoles por medio se reunían otras señoras bien dispuestas y cuyas ascendencias hablaban de poder y dinero: María Elena Duhau de Avellaneda, Lucía Duhau de Escalante, Elena Figueroa de Avellaneda, María Luz Fontana de Pini, Carmen García Verde de Klappenbach, Carmen de los Ángeles Larruy de Petit, Esther Zavalía de García Mansilla, María Helena Secondo de Cuesta Silva. Eran primas, hermanas, cuñadas, nueras, suegras y amigas. 

«El proyecto nos superaba, por lo que rezábamos mucho y pedíamos ayuda a San Nicolás para saber qué debíamos hacer», recordó Nelson de Llorente en una entrevista en 2008. Cada vez que alguna numeraria salía en busca de fondos para solventar un nuevo proyecto, la misión se encomendaba a San Nicolás de Bari. 

Elina también se encomendaba y, además, sumaba una ayuda: pedía a las mujeres de su casa que rezaran por ella antes de salir. A veces, hasta pedía que la hora del rezo coincidiera con la hora de su reunión. No importaba si para cumplir con su encargo tenían que dejar de hacer lo que les tocaba a esa hora. 

En Rosario y en todos los centros del país, cuando se puso en marcha el ICIED se armaron listas de chicas que podían ir a la escuela. Los pueblos estaban llenos de gente trabajadora, familias numerosas que apenas podían dar una educación primaria a sus hijos. Para los varones era simple, porque a los 11 o 12 años ya podían ofrecerse como peones de campo. Pero las mujeres tenían límites: se casaban jóvenes, o, si alguna era afortunada, podía terminar de criada en una estancia de la zona. La mayoría tendría que migrar a las ciudades para trabajar en el servicio doméstico. Por eso, estimaban las organizadoras, la propuesta del ICIED tenía todo para resultar tentadora.

Las listas se nutrían con nombres de empleadas de la supernumerarias, con sobrinas, primas y hermanas de esas empleadas, con información que pasaba algún cura de un pueblo rural, con recorridas que organizaban las numerarias más activas. 

Identificaron y buscaron a chicas en pueblos y parajes de las provincias de Entre Ríos, Chaco, Formosa, Corrientes y La Pampa. Mientras las reunían, preparaban planes de estudio e iniciaban trámites para presentar el proyecto en el Ministerio de Educación. También articulaban con el Ministerio de Trabajo, porque el programa cumplía con los requisitos de los planes de formación teórico-práctica «compatibles con las necesidades de las empleadas del hogar sin nivel primario completo».

La primera nota que dirigió el ICIED al Ministerio de Educación llevó la firma del presidente de la Asociación para el Fomento de la Cultura, el escribano Hernán Seeber. Decía que la iniciativa tenía dos objetivos: el primero, «Dignificar el trabajo del hogar, tanto a nivel familiar como institucional, dándole la categoría de profesión»; el segundo, «Cualificar a la mujer que trabaja en las tareas domésticas, en el hogar propio o ajeno, o en la administración de Servicios en instituciones de albergue: hoteles, residencias, hospitales, etc.». 

El Opus Dei no estaba mencionado ni remotamente.

Para obtener la aprobación oficial, era necesario construir un edificio que pudiera acoger a muchas más alumnas que las que asistían a las capacitaciones de las Escuelas de Hogar y Cultura. Debía haber un mínimo de 15 alumnas por curso y, como el programa era de tres años, tenían que proyectar que al cabo de ese lapso hubiera lugar para alojar a, por lo menos, 45 chicas. 

El ICIED empezó a funcionar en 1972 —un artículo en el diario La Prensa lo dio a conocer—, pero se inauguró formalmente en 1973, con la primera camada de 15 chicas. La directora era —y lo fue por muchos años— la numeraria Ana María Sanguineti, licenciada en Letras de la UCA, que luego se graduaría en Educación en la Universidad de Navarra —la casa de estudios más importante del Opus Dei en España— y recibiría su doctorado en Teología por la Università della Santa Croce, en Roma; una trayectoria clásica para las numerarias de alto rango. El texto que cuenta la historia de la escuela lo firmó ella, que además es egresada y docente del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

A tres años de la creación del Patronato, la lista inaugural de colaboradoras había crecido. El documento da cuenta de quiénes se sumaron en el camino: las supernumerarias y cooperadoras —en algunos casos madres de numerarias y numerarios— Marta Areco, Sara Shaw de Critto, Magdalena Cuesta Silva, Lucía Escalante de Roviralta, Susana Gómez Llamasares (sic), Inés Guerrero, Magdalena Inschauspe (sic), Patricia Loncán (sic), Cristina O’Farrell de Gutiérrez Zaldívar y Leticia Peirano. La contadora Nora de Bernaudo llevaba los números, que eran muchos. Las donaciones llegaban de todo el país y cada una de las integrantes del Patronato tenía el objetivo de conseguir una suma mínima. 

El documento con la firma de Sanguineti enumera los ingresos que ayudaron al comienzo del ICIED. Contaban con lo que generaban las ventas de la tienda en Recoleta y un préstamo personal del Banco Peña. El monto más importante provenía de la renta de una playa de estacionamiento de autos ubicada en el barrio porteño de Constitución. Desde noviembre de 1976 —ocho meses después del comienzo de la dictadura militar— y hasta 1982, el ICIED recibió el cincuenta por ciento de las ganancias de ese lugar, gracias a un contacto personal de la supernumeraria cordobesa Carmen de los Ángeles Larruy de Petit con el intendente de facto, su coterráneo Osvaldo Cacciatore. La capacidad de pedir y recibir no terminaba allí: también obtuvieron aportes del Laboratorio Andrómaco —perteneciente al empresario y supernumerario Alejandro Roviralta, casado con una de las promotoras del ICIED, y padre del numerario que lo sucedería en la empresa, Pablo Roviralta—, y de las instituciones alemanas Adveniat y Misereor, que financiaron gran parte del mobiliario de la escuela. 

La empresa Ford contribuyó con la donación de un auto, al que en La Chacra bautizaron «El ochenta» por el año en el que lo recibieron. Era un Falcon, el mismo modelo que —según está profusamente documentado— usaba la dictadura militar para secuestrar y desaparecer personas. Lo usaron las numerarias y los sacerdotes, dice el Opus Dei, «para los viajes de promoción y búsqueda de alumnas y otras necesidades de la escuela». [A la automotriz estadounidense esa piedad no le alcanzó para evitar que, en diciembre de 2018, un tribunal de la provincia de Buenos Aires probara que, en 1976, en su fábrica de General Pacheco funcionó un centro de torturas y que directivos de la empresa fueron partícipes necesarios del secuestro de 24 trabajadores y delegados.] La colecta que emprendieron las mujeres de la Obra resultó millonaria y permitió que, entre 1973 y 1975, en La Chacra se construyera un pabellón de dos pisos con dormitorios, baños y hall para alumnas. La campaña económica continuó. Entre 1976 y 1980 se levantó un nuevo edificio escuela, que se anexó al anterior. La nueva ala tenía jardín de entrada, hall y zona de recepción, salas de rectorado y secretaría, sala de profesoras, otras dos salas para la atención de alumnas, biblioteca, tres aulas para clases teóricas y una para clases prácticas, patio cubierto, dos baños para docentes y complejo de vestuarios. «Había un living con una tele empotrada en la pared y cerrada con llave. La llave la tenía una de las directoras», recuerda Claudia Carrero, que llegó a la escuela con 14 años recién cumplidos, en el verano de 1984. Un domingo cada tanto, cada mucho, prendían ese televisor a la hora de la tertulia, pero dependía de la programación porque era imposible controlar lo que podían escuchar o ver. El proyector se encendía con más frecuencia, aunque pasaban siempre las mismas películas: Cantando bajo la lluvia, Un gato en el tejado, Expreso de oriente, Sandokan, el tigre de Malasia y Chatrán eran las clásicas de la década del ’80. «Cuando había un beso o algo así medio romántico, enseguida tapaban el proyector hasta que pasara la escena», agrega Carrero. La biblioteca no tenía candado, pero el catálogo era muy limitado, como el tiempo para leer de las alumnas. Entre las obligaciones religiosas y el contraturno de trabajo, llegaban a la noche agotadas. 

El programa de estudio incluía asignaturas clásicas como Matemáticas, Historia y Geografía, pero también contenidos prácticos y teóricos sobre tareas domésticas: Artes del Hogar, Prácticas de Taller y Ciencias del Trabajo.

«La escuela era un engaño», dice sin dudar Carrero, que llegó desde Villa Ramallo, una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Desde allí, a través de la tía de la numeraria María Amelong, le llegó la invitación. La mujer le dijo que se trataba de una escuela de hotelería; le aseguró que, una vez que hubiera completado el plan de estudios, podría ser su «dama de compañía». Ella se entusiasmó con la idea. Unos meses después, Ana María Sanguineti la visitó en su casa junto a otra numeraria y le dijo que rezara para poder entrar. Nunca hablaron del Opus Dei, pero le dejaron una estampita de Escrivá de Balaguer. Mientras hacía sus prácticas de la escuela en centros del Opus Dei, Claudia pitó como numeraria auxiliar. Pasó 22 años en la Obra, trabajando como mucama en distintos centros del país —en total pasó por más de una decena— y se convirtió en instructora de otras alumnas de la escuela. 

La búsqueda de chicas para la escuela se hacía también en Paraguay, donde en la década del ’70 la Obra ya estaba consolidada, gracias a numerarias y sacerdotes argentinos que se habían radicado allí para iniciar la misión. A principios de la década del ’80, en un pueblo del interior llamado Loreto reclutaron a varias adolescentes. Lucía Giménez fue una de ellas. Primero la llevaron a una escuela en Asunción; un año más tarde, a Buenos Aires. Tenía 15 años, a sus padres no les hablaron del Opus Dei. El traslado se realizó en un avión de la Embajada argentina en Paraguay, en la que trabajaban varias numerarias de los dos países. A Lucía no le explicaron nada. 

Pasadas las décadas y ya fuera de la organización, la numeraria que conseguía esos pasajes en la Embajada asegura que no sabía para qué eran. Desde Asunción de Paraguay, recuerda que «era la época de gobiernos militares allá y acá». Allá, el gobierno de facto de Alfredo Stroessner se extendió entre 1954 y 1989. La mujer supo lo sucedido recién cuando escuchó la historia de Giménez y otras exnumerarias auxiliares. «Mi jefe era un militar y me avisaba cuando quedaban lugares en los vuelos que ellos hacían a El Palomar (el aeropuerto militar en Buenos Aires) y me preguntaba si los quería ofrecer. Y yo los ofrecía en mi centro, pero no sabía para qué usaban esos lugares», explica. 

A Giménez nunca la llevaron a la escuela en Bella Vista. Al resto de las chicas paraguayas tampoco, salvo excepciones. A ellas, con 14 o 15 años, las mandaban directamente a trabajar a las residencias. 

«El Opus Dei necesita de un servicio doméstico para atender a sus miembros numerarios y encontraron una manera de tenerlo sin pagarlo: buscando chicas pobres y jóvenes a las que reclutaron y después manipularon psicológicamente para convertirlas en servidumbre», explica el abogado Sal, que además es exnumerario y formó parte de la organización en la década del ’90. 

El Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires cerró el ICIED en 2017. Según el expediente, el pedido lo hizo la institución —que desde 2013 se llamaba Instituto de Capacitación para Empresas de Servicios (ICES)— por «falta de matrícula». En una página creada especialmente tras las denuncias, el Opus Dei dice que «ya no se justificaba que (no mediando otros motivos) las alumnas residan en centros educativos fuera de su ámbito familiar». [La página www.infoycontexto.com fue puesta en línea tras la denuncia de las 43 exnumerarias auxiliares, con documentación y testimonios. Allí, además de explicar que se creó una «comisión de escucha» para recoger testimonios de las denunciantes y de otras exalumnas «ante la ausencia de requerimientos judiciales contra la Prelatura del Opus Dei», señala que el proceso de cierre comenzó en 2015 «con el asesoramiento y acompañamiento de la inspección regional y provincial se ve la imposibilidad de mantener la excepcionalidad de un secundario solo de ciclo superior e itinerarios formativos con prácticas de aprendizaje. A raíz de esto, se estudia conjuntamente, y a la luz de la ley provincial, la viabilidad de seguir con el proyecto ya que, con la implementación de la nueva ley y la creación de nuevos servicios educativos en todo el país, ya no se justificaba que (no mediando otros motivos) las alumnas residan en centros educativos fuera de su ámbito familiar». ] No tenía sentido —ni era bien visto por las autoridades— que las adolescentes debieran alejarse de sus familias para poder estudiar, pero además, frente al anuncio de que iban a quitarles la subvención del 100 % que tenían desde 1964 [Decreto N°15 del 2 de enero de 1964. Educación. Enseñanza Privada. Régimen para subvencionar establecimientos privados de enseñanza con destino al pago de su personal docente.] para el pago de los salarios docentes, decidieron cerrarlo porque no estaban dispuestos a financiarla. «El ministro Esteban Bullrich [Ministro de Educación y Deportes de la Nación entre 2015 y 2017, durante la presidencia de Mauricio Macri.] nos apoyó en la búsqueda de una forma de aggiornamento que permitiera seguir funcionando de acuerdo a las nuevas leyes de educación, pero no hubo caso y tuvimos que cerrarlo», cuenta un miembro actual de la Obra que prefiere no dar su nombre. Entre exmiembros, otra versión asegura que hubo una denuncia por el caso de dos chicas de La Pampa: se quisieron ir y no las dejaron. La información no consta en los registros oficiales. 

Durante los 45 años en los que funcionó, informa el Opus Dei, por el ICIED pasaron 1080 alumnas. Cuántas de esas niñas-adolescentes se convirtieron en numerarias auxiliares no lo indica. 

A nueve meses de la presentación de las auxiliares ante el Vaticano, en julio de 2022, el papa Francisco degradó la jerarquía del Opus Dei a través de un motu proprio —algo así como un decreto papal— al que tituló Ad charisma tuendum, en el que ubicó a la organización «en el ámbito auténticamente carismático de la Iglesia». Después de décadas de autonomía, la Obra dejó de depender directamente del pontífice y pasó a estar bajo la órbita del Dicasterio para el Clero, como el resto de las órdenes. Además, Francisco decretó que el Prelado ya no podría ser nombrado obispo y la institución debería rendir cuentas una vez al año. 

En 2023, llegó el segundo golpe: le quitó los privilegios que Juan Pablo II le había otorgado en 1982. Sin anularle la figura de Prelatura Personal, única en toda la Iglesia Católica, la vació de su contenido original. Además, ordenó una modificación de los estatutos que todavía está generando la peor crisis en casi un siglo de historia para una organización que parecía intocable. 

En ningún momento Francisco vinculó directamente su decisión con la denuncia de las mujeres que pasaron por ICIED.

«Adentro deben estar hablando de “la contradicción de los buenos y de los de siempre”», explica la exnumeraria rosarina que convivió con Elina en Nabla. «Los buenos» son propios y propias que se alejan de la institución, «los que queriendo hacer el bien terminan haciendo el mal». «Los de siempre» son los jesuitas: los miembros de la Compañía de Jesús, la orden en la que se formó el papa Francisco, fueron los que «desde siempre» se opusieron a que la Iglesia aceptara la iniciativa de Escrivá de Balaguer. Las razones de esa oposición tienen varias explicaciones: «diferencias de visión sobre la Iglesia moderna», dijo recientemente el historiador y antes director de L’Osservatore Romano —el periódico del Vaticano—, Giovanni Maria Vian. Algunos especialistas adjudican una competencia por representar esa modernidad post Concilio Vaticano II (1962), pero otros señalan que el comienzo de la rivalidad es muy anterior, desde el momento de la fundación, en 1928, y que se consagró cuando Escrivá de Balaguer se trasladó a Roma para buscar la aprobación máxima de su misión, en 1946, y la obtuvo en junio de 1950. 

Quienes estuvieron dentro de la Obra hablan de un reglamento interno que ordena que «nunca un jesuita pisará un centro del Opus Dei». Desde su oficina de Comunicación, la organización dice que respeta la autoridad del Papa y se somete a su jerarquía.

Al otro lado del teléfono, habla un funcionario de la justicia federal de altísimo rango. 

Es numerario desde hace más de 40 años. Forma parte del grupo de abogados y estudiantes de Derecho del Opus Dei que en la década del 90, cuando eran jóvenes veinteañeros, ingresó a trabajar en el Poder Judicial. Todos ellos llegaron a través del ministro de Justicia del gobierno de Carlos Menem y «cooperador» —según reconoció él mismo por entonces—, Rodolfo Barra, que luego integró la Corte Suprema junto a otro supernumerario, Antonio Boggiano. 

Por debajo de esos nombres, en el Gobierno hubo otro gran articulador de la Obra. Julio Rodolfo Comadira, excapitán de fragata —que había sido jefe de división en la Asesoría jurídica de la Armada durante la dictadura militar—, en 1990 se convirtió en el primer director del Máster en Derecho Administrativo de la Universidad Austral. Desde ahí, gestionó la inserción en la administración pública (en cualquiera de los tres poderes) de sus mejores estudiantes. Antes de que Menem lo designara como integrante del flamante Consejo de la Magistratura, Comadira fue jefe de Gabinete del ministro de Justicia Raúl Granillo Ocampo. 

En esos años ’90, otros dos opusinos llegaron al poder: Gustavo Béliz como ministro del Interior y Francisco Trusso como embajador ante el Vaticano. [Juan Miguel Trusso, supernumerario e hijo de Francisco Trusso fue noticia en 1999 por la presunta quiebra fraudulenta del Banco de Crédito Provincial (BCP) en un escándalo con créditos simulados cuyos fondos se desviaban y que dejó miles de estafados y a la cúpula de la Iglesia Católica argentina involucrada. Primero fueron detenidos sus hermanos Francisco Javier y Pablo, directivos del Banco, y luego fue detenido Juan Miguel, abogado, junto a monseñor Roberto Toledo, que había sido secretario y mano derecha del arzobispo de Buenos Aires, Antonio Quarracino. Los acusaron de simular un crédito de 10 millones de dólares para el Arzobispado con la firma falsificada del arzobispo. Antes de ser papa, Jorge Bergoglio se involucró para limpiar el nombre del ya fallecido Quarracino. La causa del BCP llegó a juicio oral y Francisco Javier y Juan Miguel Trusso fueron condenados a 8 años y a pagar indemnizaciones millonarias. El vínculo con la Iglesia quedó claro cuando Francisco recuperó la libertad después de que el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, se presentara como garante de su fianza. Hasta 2023, Juan Miguel era revisor de cuentas suplente de la Asociación para el Fomento de la Cultura, de la que era presidente el abogado Patricio Petersen, con quien comparte estudio.] 

El funcionario judicial de alto rango que está al otro lado del teléfono pidió hablar porque está enojado. 

Le molestaron algunas publicaciones periodísticas sobre el escándalo por explotación de mujeres pobres, un tema que llegó hasta el diario The Washington Post.

—Estas mujeres no tienen razón —dice, en referencia a las 43 denunciantes.

—¿Por qué? ¿No es verdad que trabajaron sin salario?

—No. Yo soy igual que ellas. Nosotros tenemos una conducta desde el punto de vista religioso y me he comprometido a hacer esta vida, como ellas. Y tampoco tengo aportes jubilatorios.

—Pero ellas no entraron de la misma manera que los numerarios y numerarias. A ellas les dijeron que iban a ir a una escuela, no que iban a entrar al Opus Dei. 

—No, bueno… Yo desde chiquito soy numerario y siempre, en las residencias donde he vivido, han vivido las chicas, han lavado la ropa, han lavado la casa, han servido la comida… Todo, como hermanas nuestras. ¡Y yo a mi hermana no le pago aportes jubilatorios! A mi mamá no le pagaba aportes jubilatorios. Ellas entraron con una vocación célibe sabiendo que esa iba a ser su vida.

—Usted trabaja en el Poder Judicial y sabe que hay una legislación. No se trata de si era «como familia»…

—Yo he trabajado muchísimo para el Opus Dei, aunque tengo mi trabajo profesional en Tribunales, y le he dado mi sueldo todos los meses al Opus Dei durante 40 años. Pero si me voy, no le puedo reclamar nada. Ellas entraron sabiendo cómo iba a ser. 

—Los testimonios son muy fuertes: estas chicas eran menores, las traían de otros países… 

—No eran serviles. No era que se tiraban al suelo a refregar. Todo lo contrario: tenían una escuela en Bella Vista…

—Y visto desde hoy, ¿no le parece que hay algo de injusto y clasista en que algunas mujeres tengan que realizarse sirviendo? 

—No, no, no… Ahora, desde un punto de vista personal te lo contesto: no. Yo creo que están degradando a la mujer con esto del feminismo. No. Mi mamá siempre me enseñó que la mamá es la mamá… No es que la mujer sea menos que el varón, nada que ver, pero me parece que es lo más lindo que hay que la mujer se dedique a su familia con amor: lavar los calzoncillos, las medias y cocinar, no como algo despectivo sino con amor, como antes. Si además querés ir a trabajar, andá a trabajar. 

—Su mirada es como la de los documentos históricos del Opus Dei: sostienen que les daban una «oportunidad» para formarse a estas chicas, que eran pobres y que vivían en el campo. Pero el tema es que después no les daban un trabajo, porque las metían en el Opus Dei y no les pagaban. 

—No se puede mirar lo que pasó hace 40 años con el diario de 2022. [Según los testimonios de las denunciantes presentados ante el Vaticano, esta metodología de sometimiento y trabajo continuó hasta por lo menos 2015 y aún hay decenas de mujeres que ingresaron de la misma manera y aún permanecen como numerarias auxiliares en la misma situación.] En casa había tres empleadas… En esa época no había legislación. 

—Es cierto, la legislación es de 2005, y en los últimos años el Opus Dei empezó a hacerles aportes y a regularizar la situación. Es decir que sí saben que algo estaban haciendo mal.

—No, no. Si ahora se les está haciendo es por una cuestión… Andá a una comunidad religiosa de monjitas y preguntales si les hacen aportes jubilatorios. Es una vocación espiritual. 

—Pero el Opus Dei justamente dice que sus miembros no son religiosos. 

—Bueno, no, pero hay una vocación espiritual… Estas mujeres están equivocadas. Ellas saben. 

—¿En qué están equivocadas?

—Ellas saben que lo que están haciendo está mal. 

—Le pregunto como hombre de leyes: ¿no tienen razón?

—Vos no entendés.

—¿La ley?

—No, la ley es cosa de los hombres. El Opus Dei es cosa de Dios.

La Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra de Dios, escrita por Escrivá de Balaguer el 19 de marzo de 1934 —pero firmada como Mariano, el seudónimo que usó hasta 1936 «ante la persecución comunista»— sienta los lineamientos de la gracia sobrenatural de su Obra en un total de 49 puntos y varias páginas. Estos son los últimos tres: «La Obra de Dios viene a cumplir la Voluntad de Dios. Por tanto, tened una profunda convicción de que el cielo está empeñado en que se realice; Cuando Dios Nuestro Señor proyecta alguna obra en favor de los hombres, piensa primeramente en las personas que ha de utilizar como instrumentos… y les comunica las gracias convenientes. Esa convicción sobrenatural de la divinidad de la empresa acabará por daros un entusiasmo y amor tan intenso por la Obra, que os sentiréis dichosísimos sacrificándoos para que se realice».

Al promediar 2024, las 43 mujeres siguen a la espera de una respuesta a la denuncia radicada ante el Vaticano. Detrás de ellas, podrían seguir sus pasos miles de mujeres de toda América Latina, Europa, Asia y África. 

En los más de 60 países en los que funciona, el Opus Dei recurrió al mismo sistema para reclutar servicio doméstico sin pagarlo.

  • Paula Bistagnino
    Bistagnino, Paula

    Paula Bistagnino (1977, provincia de Buenos Aires) es periodista y licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Desde hace veinte años escribe en diarios y revistas sobre temas de sociedad, política y derechos humanos. Sus artículos se han publicado en eldiario.es, eldiario.ar, BBC, Infobae, La Nación y Revista Anfibia, entre otros medios de la Argentina y el mundo. Su investigación sobre la organización católica Opus Dei fue nominada al Premio Gabo y recibió el premio de Mejor Investigación del año de FOPEA en 2021.