99 notas preparatorias para una novela en torno al Maracanazo 1950 – Río de Janeiro, Brasil
Para FF y PF
1.
El lugar es Río de Janeiro, pero también podría ser otra gran ciudad de Brasil. No muy cerca de la frontera uruguaya porque se correría el riesgo de diluir buena parte de la historia. No muy cerca de cualquier frontera, en fin. En el centro, de ser posible. O junto al mar. São Paulo acaso. Pero no: mucho mejor Río de Janeiro.
2.
La época importa más. La acción ocurre o empieza a ocurrir, en su fase decisiva, el 16 de junio de 1950. El día del Maracanazo. El día en el que Uruguay (la selección de fútbol de Uruguay) vence a Brasil, deja a Brasil sin el título mundial: no solo a su selección, sino a miles de personas en el estadio y, se suele exagerar (pero no tanto), a todo el país.
3.
La acción: un asesinato después del Maracanazo. Algunas horas después, apenas cae la noche, mientras casi todo el país está de duelo como si realmente hubiera muerto alguien.
4.
El asesino: un hombre llamado Alfredo (posible nombre completo: Alfredo Paiva), un hombre solo desde que su mujer lo abandonó. Un hombre que ha intentado desde entonces (hace casi un año) suicidarse, pero sin gran convicción: para impactar a su esposa, al menos eso piensa ella.
5.
La víctima: un hombre llamado Jiménez, un conocido de Alfredo y su mujer. Es un antiguo colega de trabajo de ella, a quien Alfredo acusa (no tan en silencio como él mismo cree) de haber influido para que su esposa lo dejara.
6.
Más personajes.
Los policías, sobre todo Silva y Vasconcelos.
Una vecina.
Y la mujer de Alfredo, por supuesto, aunque ella podría no aparecer en ningún momento. El desafío pasaría por contar una historia en la que esta mujer fuese una pieza central, pero no participase directamente en la acción.
7.
Explicar el contexto general para que la historia resuene mejor. Ver cómo se dice (cuándo, de qué modo) que el muerto, Jiménez, es uruguayo.
8.
A Alfredo le gusta el fútbol. Y espera, al igual que sus compatriotas, que Brasil se corone finalmente campeón mundial. Estamos en 1950, en un mundo previo a Pelé. Un mundo en el que Brasil, aunque parezca mentira, no es aún potencia en el fútbol y mira con admiración o con envidia deportiva a otros países.
9.
La derrota frente a Uruguay causa en Alfredo un arrebato de ira. De pronto piensa en Jiménez y se lo imagina solo, en el diminuto hogar que queda a pasos del suyo, festejando. De pronto siente que Jiménez es el gran culpable de su infelicidad. No le bastó con lo que hizo con su esposa, también tuvo que arrebatarle otra dicha.
10.
Confirmar los datos exactos. El partido en el Maracaná empieza, según los libros que he podido consultar, a las 15:00. El primer gol, el único gol de Brasil, llega a los dos minutos del segundo tiempo. Lo que equivale, a grandes rasgos, a las 16:02. El empate de Uruguay, gol de Juan Alberto Schiaffino, llega unos veinte minutos después. Supongamos que llega a las 16:22, aunque se sabe que tras el gol de Brasil el capitán de Uruguay, Obdulio Varela, armó una obra de arte de la protesta y consiguió que el estadio, en vez de saborear el gol, se indigestase de nervios y mal humor. La victoria celeste llega en el minuto 79. Es el famoso puñal de Alcides Ghiggia que logra enmudecer a unas doscientas mil personas en las gradas. Son las 16:38, más o menos.
11.
Imaginar y describir el ánimo de unos policías cariocas en medio de este contexto. La distracción en medio de la ansiedad de ese partido que todos siguen con una o dos orejas pegadas contra la radio. El abatimiento luego de la terrible derrota.
12.
Imaginar un diálogo entre dos o tres de estos policías mientras siguen el partido por radio desde la comisaría o desde un puesto similar. ¿Quién va a robar, quién va a delinquir en mitad de la final? ¿Quién va a perderse el partido? Mostrar cómo se preocupan cuando llega el segundo gol de Uruguay. Ahora sí, piensan, es posible que el disgusto y la ira por la derrota causen actos de violencia, de vandalismo.
13.
El responsable de aquella comisaría, de apellido Vasconcelos, le dice a un tal Roberto Silva, joven policía a sus órdenes, que salga a patrullar las calles. Pero cuidado, le añade, nada de atizar el fuego. La gente ya tuvo bastante con los goles de Uruguay. Una ronda de prevención, más que nada. Y Silva acata.
14.
Pintar el ambiente dentro del estadio apenas termina el partido. Mencionar, en forma explícita o no, las fases por las que pasa la multitud. El desconcierto. El llanto. El enfado. La tristeza.
15.
Citar (o no…) lo que dijeron entonces varios jugadores uruguayos. «Lloraban todos, nunca vimos algo así». O también: «De cien partidos que jugábamos acá contra este equipo de Brasil, perdíamos noventa y nueve».
16.
Reflexionar en un momento sobre la mala fortuna de Jiménez. La mala suerte de ser uruguayo y de salir a la calle después del gol de Alcides Ghiggia.
17.
Mencionar los suicidios que hubo ese día (esa noche, sobre todo) en Brasil. Ver si existen cifras concretas. Si no existen (hasta ahora no las he encontrado), hablar de centenares, con lo ambiguo del caso.
18.
Releer el ensayo de Geneton Moraes Neto, autor de la obra Dossiê 50, donde se afirma que los supuestos suicidios no existieron. Que fueron, hasta el día de hoy, una leyenda urbana que ha trascendido de generación en generación.
19.
¿Quién es el narrador de esta historia? Una opción es que sea un policía. Otra opción es que sea un testigo accidental. Tercera opción, más singular: el narrador es el muerto. El narrador es el cadáver del uruguayo Jiménez. Considerar. Que lo original no debilite la verosimilitud.
20.
Hay algo interesante en la opción de que el muerto sea el narrador. Se trata, a grandes rasgos, de una historia donde se narra una especie de enorme funeral: la tristeza general de todo un país mezclada con un crimen que, en teoría, debería pasar inadvertido en medio de la gran tristeza.
21.
No olvidar un dato interesante: después de esta derrota, la selección de Brasil abandona para siempre la camiseta blanca con cuello azul y adopta, en cambio, la famosa verdeamarela.
22.
Narrar con detalle el asesinato. Narrar la torpeza del asesino (un asesino improvisado, alguien que nunca mató ni pensó en serio en matar), sin que esa torpeza resulte demasiado cómica ni demasiado cruel. Cuidar la emoción exacta que debe suscitarse aquí.
23.
Ver en qué momento concreto de la novela llega el crimen. Tomar en cuenta lo que dice P. D. James: «Postergar el asesinato no solo aumenta la tensión, también sirve para garantizar que el lector posea más información que el detective cuando este llega al escenario del crimen».
24.
El crimen ocurre así: Alfredo toma un arma, una pistola que tiene en su casa por medida precautoria (porque una vez sufrió un robo), y sale a la calle enfurecido. Solamente cuando ha dado los primeros veinte pasos, solamente entonces entiende que ha salido a matar a Jiménez. Cuando da diez pasos más comprende que no tiene un plan: no puede sencillamente ir a la casa de Jiménez, llamar a su puerta y asesinarlo. No, claro que no.
25.
Jiménez, como corresponde, ha seguido por la radio el relato del partido. A los nervios se suma, ahora, la euforia de la victoria. Jiménez lleva décadas viviendo en Río de Janeiro, sus mejores amigos son brasileños, no conoce a casi ningún uruguayo en la ciudad. Hasta el día del Maracanazo, Jiménez nunca pensó que esto último fuera un problema. Ahora, de pronto, se dice que es curioso: que no tiene a nadie con quién celebrar.
26.
Jiménez hace lo mismo o casi lo mismo que hace esa noche Obdulio Varela, el capitán y caudillo de la selección uruguaya, cuando, acaso sobrepasado por la euforia, sale a la calle, se mezcla con los cariocas y se pone a caminar en el teatro de esa derrota que él mismo supo causar. Salvo que Jiménez se topa, después de doblar una esquina, con un conocido: Alfredo.
27.
Aunque pueda sonar tragicómico, Jiménez siente y reprime justo a tiempo el impulso de abrazarse con Alfredo, de colgarse del cuello de él como una especie de medalla victoriosa.
28.
Si quien narra esto es Jiménez, introducir cada tanto (pero sin excederse, eso no) algún que otro uruguayismo. Emplear tres o cuatro palabras, nada más. Botija, moña… cosas así.
29.
A Jiménez le sorprende la actitud que exhibe Alfredo mientras avanza en su dirección. Si hasta parece más eufórico que él… Si hasta parece que fuera el mayor fanático de la selección de Uruguay. Pero no: el asunto, advierte Jiménez, es bastante más complicado. Hay un brillo indescifrable en los ojos del brasileño.
30.
Alfredo no tiene madera de asesino y, además, siente demasiada ira para ejecutar un crimen sin dejar huellas ni cometer errores. Lo ideal hubiese sido, probablemente, que Alfredo contratase a un asesino a sueldo. Pero no puede criticárselo por no haber dispuesto eso. La idea del asesinato se le ocurrió de repente, fruto de una circunstancia difícil de imaginar. Ingrata de imaginar, en todo caso, para Alfredo y sus compatriotas. ¿Quién iba a pensar que Uruguay derrotaría a Brasil? Alfredo, al menos, no lo pensó ni un instante. No lo concibió. De haberlo hecho, hubiese recurrido a un mercenario a sueldo y le habría propuesto un pacto: un adelanto (un diez por ciento del total) más allá del resultado del partido; otro dinero (el noventa por ciento restante, la gran suma) solamente en el caso de una derrota de Brasil, porque tan solo una derrota, a su entender, hubiera permitido el crimen. Sin embargo, acaso por inexperiencia, acaso porque su pasión por el equipo de Brasil fue superior a su odio por Jiménez, por todo esto Alfredo perdió la ocasión de idear un crimen perfecto o, digamos, casi perfecto.
31.
Como escribe Patricia Highsmith, los asesinatos suelen ser prolongación de la ira. De por sí, la ira no es buena consejera, mucho menos cuando está mal controlada. Mucho peor es si a la ira personal se le suma otra pasión: una emoción impetuosa, vinculada en este caso con una infeliz derrota deportiva.
32.
Alfredo dispara dos veces. Un disparo por cada gol de Uruguay, tienta pensar, aunque es posible que la cifra sea mera casualidad. La primera bala acierta en el corazón de Jiménez. La segunda es, en verdad, innecesaria. El propio Jiménez lo piensa mientras cae, mientras se desmorona y vislumbra lo que ha ocurrido.
33.
Muy distinto sería todo, por supuesto, si Alfredo Paiva pecase de mente fría. Pero el día del Maracanazo no abundan las mentes frías. ¿Cuántos compatriotas de Alfredo se hubiesen enriquecido si, con una mente más que fría, helada, hubieran apostado dinero a favor del Uruguay? Y, sin embargo, seguro que nadie lo hizo. La pasión pudo más que el pragmatismo de decirse «Apuesto a favor de los otros y garantizo de esta forma alguna clase de festejo: económico o deportivo». La pasión no razona así. La pasión razona poco.
34.
Alfredo tiene una vecina a la que él llama «la mujer de la ventana». Parece mentira que Alfredo, tan perspicaz para detectar y bautizar a la mujer, se haya olvidado de ella al planear el asesinato. La respuesta, una vez más, es que no hubo planificación alguna.
35.
Después de contemplar pasmado ese cadáver que es el fruto de su rabia, Alfredo reacciona como si lo hubiera matado otro. Como si él hubiese pasado caminando por la calle, como si se hubiese topado por azar con este muerto.
36.
Alfredo tiene de pronto una idea estrafalaria. Corre a su casa, que queda a escasos metros. No corre para esconderse. Busca en su casa un cartón con el que fabrica una especie de pancarta. Toma un pincel, tiñe la punta del pincel con tinta negra y escribe en el cartón, bien grande, con letras mayúsculas, el nombre del país donde nació Jiménez, el nombre del país que en el Maracaná les arrebató la alegría.
37.
A punto de salir de su casa, con la intención de poner el cartel encima del pecho de Jiménez, Alfredo siente un temblor: primero en las piernas, después por su columna vertebral. Es una locura lo que acaba de hacer. Y, sin embargo, con la escasa perspicacia que le queda, avanza decidido, advierte que la calle está en penumbra, se convence de que nadie presta atención a la escena, nadie presta atención a nada salvo al vasto desconsuelo y puede que sea verdad, con la notable excepción de la mujer en la ventana; entonces, sin detenerse, deja caer el cartel sobre el cuerpo del uruguayo y sigue andando a paso firme. El cartel cae bocabajo, mala suerte. Pero tampoco es tan grave. Bocarriba, muy ostensible, se mostraría como una puesta en escena.
38.
Describir bien la postura del cadáver. Describir bien el sitio donde yace. «El cadáver no solamente debe causar impacto por ser cadáver, sino también porque, incluso siendo un cadáver, debe encontrarse fuera de lugar, como cuando un perro descoloca la alfombra de un salón» (W. H. Auden).
39.
Elegante, bien vestido, afeitado con esmero, Jiménez encarna un cadáver muy perfecto. Tan perfecto que no merece llamarse así: cadáver. Ni merece, mucho menos, reposar abandonado en medio de un callejón.
40.
Hace apenas un instante, Alfredo sintió un impulso que todavía late en su sangre: el de matar a Jiménez, a quien ya odiaba, claro está, pero a quien nunca había pensado asesinar. Hace apenas un instante, cuando todo esto ocurrió (el arrebato y, peor, el asesinato), la mujer de la ventana se encontraba, evidentemente, en la ventana. Así conviene para que se «espese» la novela.
41.
La mujer de la ventana no ve bien. Es miope, es anciana y, encima, en su ventana alguien ha puesto un mosquitero tan denso que nubla el paisaje. Algunos creen que ella misma solicitó el mosquitero para que desde afuera no sea tan flagrante su silueta de mujer que vive espiando.
42.
Pintar de forma imprecisa a la mujer. Como si el narrador la atisbara de lejos. Como si el narrador fuese, para ella, una especie de «hombre de otra ventana».
43.
¿Será posible que Paiva haya sentido el deseo de asesinar a Jiménez por la furia que le ocasionó la derrota de Brasil, más que por los celos que él arguye para explicar su acto? Sugerirlo poco a poco, a medida que avanza el texto. Sugerirlo y abandonarlo. O dejar que el lector decida…
44.
El cadáver del uruguayo yace un buen rato en la calle. Como todo está alterado, como el gol de Ghiggia ha puesto el mundo patas para arriba (el ánimo de un país, la lógica deportiva, el dinero y el esfuerzo invertido en ese mundial), como todo quedó de pronto vaciado, sin sentido; como el silencio mortal, espeluznante de doscientas mil gargantas calladas en el estadio se ha propagado después por las calles de la ciudad y por el país entero; como todo parece congelado, detenido en esa mezcla de sorpresa y aflicción; como ocurre todo esto en un mundo patas arriba, es totalmente normal que haya un uruguayo en el suelo, boca al cielo, ojos abiertos y quietos, brazos en cruz, piernas tensas y que pocos se percaten y que pase así dos horas, dos horas y media muerto, a contramano del tránsito en un paseo público, cantaría Chico Buarque. O, mejor, en un oscuro callejón.
45.
El cadáver, que es quien narra (si se mantiene la idea) cuenta que, en su desconsuelo, en su sorpresa, los cariocas pasan sin prisa junto a él, cuando no por encima de él.
46.
El cadáver, que es quien narra, cuenta cómo poco a poco todo parece reaccionar. El cielo: empieza a llover. Las personas: se sacuden el estupor y reaccionan con insultos, con llantos, con borracheras.
47.
¿Alguien llega a orinar sobre el cadáver? No, tal vez sea excesivo.
48.
El problema de que el cadáver sea el único narrador es que puede limitar la perspectiva. Hay aquí dos soluciones: una consiste en sumar un narrador: por ejemplo, un policía (el policía Roberto Silva o uno de sus compañeros); otra consiste en llevar hasta el extremo lo insólito, lo inverosímil de un cadáver narrador. Si un muerto es capaz de contar la historia, ¿por qué no puede poseer la omnisciencia de un Dios que lo ve todo?
49.
Escenificar (¿o simplemente resumir?) la historia de Obdulio Varela, el capitán uruguayo que esa noche, mientras Jiménez muestra la cara al cielo, sale de su hotel carioca camuflado, de incógnito, y se mezcla con los locales, con la masa anónima, en las avenidas de Río, en un bar de Río…
50.
En un momento alguien llama a la policía (¿la mujer de la ventana?) o, en su defecto, un policía (Roberto Silva) recorre por casualidad la calle donde reposa el cadáver del uruguayo. Como sea, llega la escena en la que descubren el cuerpo y lo llevan a la morgue. A una especie de morgue que hay en una comisaría.
51.
El cadáver narra con cierta aprensión el modo en que el policía, Roberto Silva, lo ausculta, lo mueve, lo recoge del suelo. No olvidar la óptica de Silva. No olvidar la regla de que el detective (o en este caso el policía Silva, especie de equivalente) nunca debe saber más que el lector.
52.
Mientras tanto, a la misma hora, Obdulio Varela busca un bar, tiene ganas de tomar una cerveza o la cerveza es la excusa… Se mezcla con decenas de aficionados a los que hizo infelices. Está solo. En teoría, ninguno lo reconoce. En la práctica, ninguno le dice nada. Nadie lo agrede. Otros tiempos, desde luego. Pero también se trata de alguien valeroso y singular.
53.
Lo peor que le puede pasar a Alfredo es que la odiosa vecina de la ventana se decida a llamar a la policía, que les diga: Vi salir a ese hombre, vi salir a Alfredo Paiva antes del asesinato con un bolso en el que había, me parece, algo parecido a un arma.
54.
Lo mejor que le puede pasar a Alfredo se llama Vasconcelos. El tal Vasconcelos es el comisario de la zona o, por los menos, un policía con poder o influencia sobre sus colegas. Y el tal Vasconcelos está enfurecido cuando el cadáver de Jiménez llega a la comisaría. Furioso contra Barbosa, el goleiro de Brasil, que no pudo parar el disparo de Ghiggia. Furioso contra todo el equipo de Brasil. Y contra todo el Uruguay… Incluso contra aquellos uruguayos a los que (aunque suene increíble) no les interesa el fútbol.
55.
La puesta en escena que armó Alfredo es de una torpeza colosal. Ha dejado, es muy seguro, más de una huella dactilar en el cuerpo, en la ropa del uruguayo. Pero ha tenido una suerte extraordinaria. En primer lugar, la lluvia que ayudó a borrar las huellas. Luego, en segundo lugar, unas personas pasaron por el callejón oscuro y, al ver la pancarta escrita con el nombre del país rival, se acercaron, palparon, manipularon al muerto… ¿Tal vez convenga, a fin de cuentas, que alguien haya orinado sobre el cadáver?
56.
Ver si realmente llovió la noche del Maracanazo. Si no llovió, tampoco sería tan grave la «falacia patética» de endilgarle un poco de lluvia. No viene mal que el desastre o los desastres (los dos: la derrota, el crimen) ocurran bajo un cielo sin estrellas. Etimológicamente, «desastre» es privado de estrellas: des-astrum.
57.
Lo que se propone narrar el cadáver de Jiménez es un caso sin resolver: un caso donde el asesino salió indemne. En este caso, el cadáver cumple el papel del fantasma vengativo: la voz del muerto y su reclamo de justicia. Puede que sea un poco tarde. ¿O hay una venganza posible? Anticipar algún indicio sin arruinar el suspenso.
58.
El cartel que Alfredo colocó en el pecho de Jiménez dice «Uruguai», con «i», no con «y». Es poco creíble, sin dudas. Es como si un brasileño, para festejar un triunfo en Estados Unidos o en Inglaterra, saliera con un cartel donde dijese «Brazil».
59.
Obdulio Varela regresa al hotel. Menos feliz de lo que tendría que estar un flamante campeón del mundo. Una pregunta no le permite dormir: «¿Qué le hicimos a esta gente?».
60.
El policía Roberto Silva no imagina, en un primer momento, que alguien haya matado a Jiménez por alguna razón ajena al fútbol. Sus superiores tampoco. Nadie piensa en la letra «i» del cartel. La letra «i» que (desde luego, ellos lo ignoran) es la letra con la que empieza, es curioso, el nombre de la mujer de Alfredo.
61.
Silva advierte que Vasconcelos se dispone a archivar el caso sin tomarse ni siquiera la molestia de sospechar. Pero Silva, esa misma noche, lo mismo que Obdulio Varela, no consigue dormir. Se hace preguntas.
62.
«Aunque empiezan con algo tan apasionado y confuso como un crimen», ha escrito G. K. Chesterton, las historias con elementos policiales «se esfuerzan por terminar con algo tan obvio y desapasionado como la ley». Salvo que Vasconcelos no ve lo obvio porque lo ciega una pasión. Una pasión que es fruto de una pelota. Vasconcelos decide (porque no quiere ver más, porque no puede ver más) que alguien ha matado a un simpatizante de Uruguay (o Uruguai, lo mismo da), que no existen por lo tanto otros motivos para el crimen.
63.
Al día siguiente del crimen y del Maracanazo, el policía Roberto Silva hace una visita al barrio donde descubrió el cadáver de Jiménez. Es un simple formalismo (es más que eso, pero él anuncia que es eso) y lo hace por cuenta propia, sin pedirle permiso a su superior. La mujer en la ventana abandona la ventana, apenas un breve instante, con el fin de abrir la puerta. La mujer le habla de un vecino al que ella vio pasar, minutos antes del crimen, con un bulto muy parecido a un revólver. Y de dos balazos que retumbaron en el callejón. Pero al mismo tiempo hubo diversas detonaciones. ¿Qué se hace con los petardos y los fuegos de artificio dispuestos para un festejo cuando, contra toda lógica, acontece una derrota? Estallarlos con odio es una costumbre frecuente; nadie pensó que esas detonaciones fueran dos balazos.
64.
Hacer que Silva investigue por las suyas. Hacer que visite a Alfredo. Hacer que le cuente a Alfredo que encontraron el cadáver de Jiménez. La reacción de Alfredo le mete dudas porque es muy convincente: parece realmente asombrado y abatido.
65.
Silva no le dice nada a Vasconcelos: nada sobre la mujer de la ventana, nada de su charla con Alfredo Paiva. Mostrar que Silva sospecha de Paiva, pero carece de pruebas. Silva calcula que lo mejor para su carrera como policía será olvidarse del caso. Considera, ingenuamente, que será capaz de hacerlo. Más difícil, avizora, será olvidar a la esposa de Alfredo Paiva, a quien visitó al final.
66.
Pese a la falta de pruebas, Silva se pregunta si no debería hablar con Vasconcelos. Párrafo en el que Silva relee y ordena los datos que reunió por cuenta propia. Después razona que su jefe no suele prestar atención a las «intuiciones» de los «inferiores».
67.
No, Silva no se arriesga a actuar. Y, entretanto, su jefe toma una impensada decisión. Amante de las soluciones sencillas y convenientes, Vasconcelos se agencia un perfecto culpable. Un tipo que le molesta. Un tipo al que, hace meses, le busca un crimen con tal de encerrarlo. Caso juzgado para Vasconcelos. Esta vez ha procedido en forma desapasionada.
68.
Intercalar (o no) la historia del goleiro de Brasil: Moacir Barbosa. Muchos lo acusan: es el claro culpable de la derrota. Muchos lo defienden, saben que fue uno de los mejores guardametas de la historia de Brasil. Un día, en la calle, años después del mundial, una mujer lo apunta con el dedo índice y le comenta a su hijo de nueve o diez años de edad: «Este es el señor que hizo llorar a todo el país».
69.
La exmujer de Alfredo se entera de la muerte de Jiménez, pero no puede concebir que su exmarido haya matado a su querido amigo en común. Tampoco tiene razones para pensarlo: Silva no le ha dicho nada.
70.
El cadáver de Jiménez cuenta la historia del falso culpable y también la historia de cómo Alfredo intenta recuperar a su mujer luego del asesinato. El cadáver de Jiménez cuenta que Paiva, en verdad, no andaba tan desacertado: sí, la mujer de Paiva y él tuvieron un breve romance. Un flechazo, así lo llama el cadáver del uruguayo.
71.
En el fondo, es muy probable que esto arroje como resultado una novela psicológica y social con un ligero interés detectivesco. Sea ligero o no el producto, cuidar que el lector no pierda interés ni curiosidad.
72.
¿Quién es el hombre al que condena Vasconcelos? ¿Hace falta presentarlo? Seguramente sea mejor contar su historia, así el lector se identifica con él, así palpa más de cerca la injusticia.
73.
Dato importante, a la luz de lo que sigue: ¿Paiva sabe que han acusado a otro hombre por su crimen? Podría no saberlo aún porque el «elegido de Vasconcelos» está encerrado de momento tras las rejas, a la espera de un juicio que tardará, desde luego, varias semanas. En cualquier caso, es importante que la muerte de Jiménez sea un asunto «irrelevante»: un crimen del que no hablan los diarios ni la opinión pública. Ni tampoco, en exceso, el vecindario.
74.
A partir de este momento, organizar el desenlace. Ver si para cerrar la historia resulta útil y creíble que todo lo narre el muerto. Otra opción sería añadir un segundo narrador: que Silva se alterne con el cadáver. De tomar este camino, acaso en alguna instancia podría asomar un narrador ambiguo: o sea, que en ciertos pasajes no se logre discernir quién de ambos (Silva o Jiménez) le habla al lector. ¿Este recurso podría usarse en un momento en el que Silva se «identifica» con el muerto o hace algo «en nombre»/«en tributo» del muerto?
75.
Como no hay forma de torcer la decisión de Vasconcelos, como lo peor que puede hacer es enfrentarse con su jefe, como está claro que el crimen del uruguayo le resulta conveniente a Vasconcelos (que buscaba, hace ya tiempo, un pretexto para condenar a «su culpable»), Silva adopta una doble actitud: le hace creer a Vasconcelos que el caso ha sido cerrado, pero avanza con la pesquisa.
76.
No empantanar la novela con extensas descripciones de la pesquisa de Silva. Elegir pocos detalles, dos o tres indicios concluyentes. Con ellos, Silva confirma que Paiva asesinó a Jiménez.
77.
Lo que importa es qué hace Silva tan pronto como confirma que Paiva es el asesino. Qué hace. Por qué y cómo lo hace.
78.
¿Qué hace? Silva resuelve «castigar» a Paiva como no lo ha hecho aún y (razona con amargura) nunca lo hará Vasconcelos. Silva no puede castigar por obra de la justicia; Silva no quiere castigar por obra de la violencia. Descarta estos caminos porque pueden conllevar graves riesgos para él.
79.
¿Por qué lo hace? Porque Silva tiene ética, no como Vasconcelos. Porque no tolera la buena vida que se da Paiva convencido de que la policía lo dejó en paz. Porque descubre, asqueado, que Alfredo Paiva se aprovecha de la muerte de Jiménez para acercarse a su exesposa con actitud protectora, consoladora.
80.
Sin dejar la policía, sin renunciar a su cargo, pero activando un plan extraoficial, Silva adopta un poco el rol de esos detectives privados que pesquisan a la sombra de la investigación autorizada.
81.
Silva establece una doble condena para Paiva: primero, nunca recuperará a su esposa; segundo, tendrá que abandonar Río de Janeiro, tendrá que perder su trabajo, sus amigos y su hogar. (Si se emplean dos narradores y se mantiene la idea de que sean Silva y el muerto, parece un momento propicio para un narrador ambiguo).
82.
Para la primera de las dos condenas, Silva se entrevista con la exmujer de Paiva. Lo hace con la excusa de «velar por su seguridad». El comisario Vasconcelos (le dice Silva a la exmujer de Paiva) supone que el autor del crimen fue otro hombre. En cambio, él considera que el asesino fue Alfredo. Lo mismo cree una vecina («Puede hablar con ella, si quiere», aumenta la apuesta Silva). El comisario y él (le miente Silva a la exmujer de Paiva) comparten, en cualquier caso, la creencia de que Alfredo estuvo detrás del crimen. Y si el autor fue otro hombre (vuelve a mentir), ellos creen que actuó bajo órdenes de Paiva, pero ahora deben probarlo…
83.
La primera parte del plan es exitosa: Alfredo Paiva ve que, de repente, su antigua mujer lo rehúye. Parece llena de miedo.
84.
Segunda etapa y segunda condena: Silva visita a Alfredo Paiva, que ya cree haberse librado de las pesquisas policiales. Le anuncia que ha recogido varias pruebas en su contra, pero no las presentará si él acata dos pedidos: no debe acercarse más a su exmujer; debe irse a vivir muy lejos, a una ciudad al norte del Amazonas.
85.
Alfredo Paiva, por supuesto, le responde a Silva que está equivocado. Escoger bien las palabras con las que Paiva alega su inocencia. Hacer que responda atacando: «Si es cierto que reunió pruebas, es raro que no las presente en lugar de amenazarme». Hacer que exclame, al final: «Es obvio, Silva, usted carece de argumentos». Silva, por supuesto, imaginó esta reacción. Así que, en primer lugar, detalla todas las pruebas. Lo hace despacio, sin prisa. Le causa un raro placer ver cómo Paiva se pone cada vez más demacrado. Al fin de su enumeración (que da en el clavo porque es cierta), suelta la gran mentira que preparó. «Pero usted, Paiva, no es un verdadero asesino. Usted es de esas personas que matan una sola vez». El otro hombre, en cambio, exagera Silva, el hombre que Vasconcelos quiere poner tras las rejas acusándolo del crimen, es un terrible asesino al que nunca pudo probársele nada. «El azar quiso, esta vez, que usted usara un revólver de igual calibre que el suyo».
86.
Alfredo Paiva, obediente, pero sobre todo asustado, se subordina a las exigencias de Silva. No tiene otro remedio. Para el hombre que Vasconcelos apunta como culpable, la justicia pide treinta años de cárcel. Silva decide que Paiva se ausentará treinta años de Río de Janeiro.
87.
«La condena más larga que puede sancionarse en Brasil es de treinta años. La mía lleva casi cincuenta», le dirá el goleiro Barbosa a un periodista de la televisión de Brasil poco antes de su muerte, en abril del año 2000.
88.
Ver si la historia de Moacir Barbosa, la historia de su «condena», puede obrar como contrapunto del caso de Alfredo Paiva. Inocentes y culpables.
89.
¿Silva se enamora de la exmujer de Paiva? Las intrigas de suspenso no deben incluir embrollos amorosos, escribió S. S. Van Dine en sus famosas (y opinables) «veinte reglas» para la novela policial. Si se introduce el amor, se perturba su «mecanismo puramente intelectual», estima Van Dine. Sin embargo, en esta intriga lo amoroso y lo pasional han estado presentes desde el principio.
- Posible desenlace, número uno.
Pasa el tiempo. Algunos años. Un día, lejos, en la ciudad al norte del Amazonas desde la cual habla a veces por teléfono con sus amigos cariocas, Alfredo Paiva confirma que su exmujer está con Silva. Lo confirma y no puede soportarlo.
91.
Paiva viaja a Río de Janeiro. Otra vez el impulso ciego, aunque ya no hay un Maracanazo en el fondo ni en el medio. O más bien todo lo contrario: imaginar que esta acción ocurre en 1958 o 1962, tras los éxitos de Brasil en los mundiales de Suecia y de Chile. Imaginar que, esta vez, Brasil gana y Paiva falla. No logra matar a Silva. Pero acaba preso a raíz del intento de asesinato. Y Vasconcelos ya no está al frente de la comisaría. Y Silva aprovecha para acusarlo del viejo crimen y dejar libre, de paso, al inocente.
92.
Apuntar nombres de calles y barrios de Río de Janeiro. Apuntar hacer guiños con canciones de la bossa nova: Rua Nascimento Silva, por ejemplo. Apuntar intercalar versos de canciones de bossa en el transcurso del relato. Apuntar los apellidos de todos los jugadores del partido del Maracanazo; apuntar meterlos todos poco a poco en la novela (salvo Ghiggia, Varela o Moacir Santos) como parte del paisaje, como nombre de un bar o una calle o un personaje trivial. Apuntar bien, como Ghiggia. Apuntar como un matador.
93.
Indagar el sistema de leyes y de justicia penal en Brasil. No cometer aquí errores.
94.
No perder de vista el contexto en medio del paso veloz del tiempo. Que en ningún momento Río deje de ser la ciudad real y tangible de las primeras acciones.
- Posible desenlace, número 2.
Pasa el tiempo. Muchos años. Tal vez el preso de Vasconcelos sigue en la cárcel. Tal vez cumple veinte años en prisión. Tal vez prometen reducirle el castigo. Tal vez prometen que saldrá libre en 1973, pero muere (tal vez) en 1972, antes de la libertad.
96.
Cuando Silva y su mujer (o sea, la exmujer de Paiva) se enteran de la noticia (porque Silva, aunque renunció hace tiempo a la policía, sigue en contacto con viejos compañeros), no imaginan que, tal vez, en una pequeña ciudad al norte del río Amazonas, casi a la misma hora, muere (tal vez) Alfredo Paiva.
97.
No perder las proporciones si hay un gran salto de tiempo. No echar a perder el suspenso (el «erotismo» de aplazar las soluciones de la historia) con demasiada dilación ni, al contrario, con elipsis frenéticas. No excederse en el añadido de cosas (informaciones, acciones, personajes, elementos) en procura de un desenlace, no olvidar que «todo lo que se incluye en una novela se convierte en signo» (Julien Gracq).
98.
Tras la muerte del goleiro Moacir Barbosa, la hija adoptiva de este se propone redimir la memoria de su padre. Llega a pedir incluso que se rebautice el Maracaná con el nombre de su padre. ¿Será posible insertar esto?
99.
Buscar un mejor final. Buscar un posible hecho que reúna a Paiva y a Silva en una escena potente, digna de un clímax intenso. Buscar una acción que pueda cumplir la función de nexo entre la historia de Barbosa y la de Paiva. Buscar el modo de sacarle más provecho al personaje del «culpable elegido por Vasconcelos». Buscar que cada acto sea la mejor ilustración para el momento que vive el personaje. Buscar y seguir buscando… Buscar como un escritor que no teme reconocer los defectos de su plan original. Buscar como un detective.
EDUARDO BERTI, 2017
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Eduardo Berti
Eduardo Berti nació en Buenos Aires en noviembre de 1964. Es miembro desde 2014 del Ouvroir de Littérature Potentielle y ha recibido varios premios, entre ellos el Premio Emecé 2011, el Premio las Américas 2012 y un Kónex de literatura 2014.
Su primer libro de ficción, la colección de cuentos Los pájaros (1994), fue elogiado por la crítica, obtuvo el Premio-Beca de la Revista Cultura y fue considerado como uno de los mejores libros del año por el diario Página/12.
A este libro le siguieron dos novelas de importante repercusión: Agua y La mujer de Wakefield, ambas publicadas en Argentina y España por Tusquets Editores.
En 1998, Berti se radicó por varios años en París, donde se desempeñó como periodista cultural y corresponsal para medios argentinos (Rolling Stone, TXT), impartió cursos de escritura, plasmó el guion de la película Nordeste (dirigida por Juan Solanas, protagonizada por Carole Bouquet) y continuó con su obra literaria.
Además de escritor y traductor, Berti se ha desempeñado como periodista cultural y guionista. Obtuvo diversos premios (entre ellos el Martín Fierro) por la realización de documentales sobre la música popular argentina. Publicó dos libros de ensayo periodístico: uno en colaboración con Luis Alberto Spinetta, y otro (Rockología) dedicado a analizar la evolución y las características del llamado “rock argentino”.
En 2011 obtuvo el premio Emecé con su novela El país imaginado. El mismo libro, editado más tarde en España por el sello Impedimenta, obtuvo el premio Las Américas 2012 y fue mencionado en RNE como uno de los libros del año.
Obra
- Los pájaros(1994, cuentos, Beas. Reeditado por Páginas de Espuma)
- Agua(1997, novela, Tusquets. Finalista Premio Fémina)
- La mujer de Wakefield(1999, novela, Tusquets)
- La vida imposible(2002, microcuentos, Emecé. Reeditado por Páginas de Espuma)
- Todos los Funes(2004, novela, Anagrama. Finalista Premio Herralde)
- Los pequeños espejos(2007, aforismos y microrrelatos, Meet)
- La sombra del púgil(2008, novela, Norma/La otra orilla)
- Lo inolvidable(2010, cuentos, Páginas de Espuma)
- El país imaginado (2011/12, novela. Emecé/Impedimenta, Premio Emecé y Premio Las Américas)
- Un padre extranjero(2016, novela. Tusquets/Impedimenta)